Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

3º Domingo de Adviento, 17-12-06
Texto según LET C: Lucas 3, 9-18, David Manzanas
(A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


¿Qué debemos hacer?

Me imagino la cara de asombro de aquellos buenos judíos que acudieron a aquel lugar desértico llevados por la fama de Juan. Ellos fueron de buena fe, deseosos de reafirmar, mediante el rito del bautismo que Juan administraba, su derecho al favor de Dios. Porque eran hijos de Abraham, miembros de un pueblo seleccionado, un pueblo elegido. Y como tales tenían sus privilegios: ellos, al final de los tiempos, gobernarían sobre las demás naciones de la tierra, y Dios sancionaría sus juicios sobre el resto de la humanidad. Mientras tanto, aquí en la tierra, el que vivía en paz con Dios gozaba de buenaventura y prosperidad, de salud y de una buena vida. Y si algo de ello se truncaba, se realizaban los rituales de expiación y penitencia (ayunos, sacrificios, ofrendas), que la misma ley ordenaba, y la normalidad volvía a ser restablecida. Lo áspero se tornaba suave, lo torcido se volvía recto. Eso era lo bueno de la Ley, que bastaba su cumplimiento, sin la exigencia de la comprensión ni de ninguna otra condición, para que los privilegios empañados por los errores volvieran a brillar ante el mundo. De todas maneras, siempre había quien tenía la impresión de que aún se podía hacer más, de que a los rituales de expiación y purificación no le estorbaban lo que hacían esos predicadores ambulantes, como Juan en el desierto, a orillas de los pequeños arroyos, o aquellos que a lo estipulado por la Ley añadían un esfuerzo más, como los estrictos fariseos que diezmaban hasta “la menta, el anís y el comino” cuando la Ley no lo exigía, dado su escaso valor. Por eso, me imagino la cara de sorpresa, de asombro, de las personas que así pensaban cuando oyeron las palabras de Juan: “¡Raza de víboras!, ¿quién os ha dicho que vais a libraros del terrible castigo que se acerca?”

¿Qué hacer?, ¿cómo poderse librar de ese “terrible castigo” que se anuncia? ¿Quién puede orientar, guiar al camino de la salvación? Sin duda alguna ese santo hombre, cuya manera de vestir y de hablar manifiesta que se encuentra libre de todo tipo de ataduras de este mundo. Y a él preguntaron: ¿Qué debemos hacer? Se acercaron los ricos, los funcionarios, los militares, los que ejercían algún tipo de poder o de dominio; y todos preguntaban qué debían hacer.

Algún tiempo más tarde, también a Jesús le plantearían la misma pregunta: “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Y la respuesta de Jesús fue tan inesperada y sorprendente como lo fue la de Juan con anterioridad. Frente al legalismo de los “cumplidores” de la Ley, la honestidad de los obedientes a Dios; frente a la búsqueda de rituales de los religiosos, el compromiso activo con el prójimo de los hijos de Dios. “El que tiene lo necesario, debe compartir con los que no tienen; aquellos que ejercen cargos y ostentan autoridad que no lo hagan en su beneficio propio, sino en el servicio a los demás; los que tienen en su mano poder y fuerza que no la utilicen para imponerse sobre los débiles, sino en su defensa y protección. Y, sobre todo, contentarse con lo que se tiene sin ambicionar nada más” Que sencillo es todo, la honestidad y el amor al prójimo como alternativa de vida, una alternativa que manifiesta de manera clara e inconfundible la conversión a Dios, mejor que los rituales, las palabras y la invocación de los “derechos adquiridos”.

Recuerdo que en un establecimiento público había un cartel que, en tono de broma irónica, hacía gala de un “pesimismo consciente”. Decía: “Hoy hace un buen día: el sol brilla, el aire es fresco, no me duele nada, he desayunado bien… Hoy es un buen día. Pues verás como viene alguien y lo estropea Siempre me han maravillado los esfuerzos que hacemos los seres humanos para complicar lo que es sencillo, y para esperar lo peor cuando todo va bien. Dios colocó al ser humano en un lugar de privilegio, nos hizo colaboradores suyos en el mismo acto de la creación, nos permitió gozar de la paz del Reino en aquel lugar del Paraíso. El disfrutar de todo aquello era sencillo, sólo había que ser aquello para lo que se nos había creado: una criatura de Dios con el regalo de poder comunicarse con el propio Creador. Pero algo faltaba, el ser humano sentía que había un hueco que rellenar, una fruta que comer. “… Pues verás como viene alguien y lo estropea” Y apareció el deseo de rellenar ese “hueco”, el deseo de comer la fruta prohibida despreciando el resto de frutas, el deseo de ser dios en lugar de Dios. Y lo sencillo se complicó, y la vida se retorció. Lo que fue concebido como un regalo había que ganárselo, lo que fue una bendición se trastocó en maldición (como fue el caso del trabajo). Dios no desesperó, y de nuevo quiso hacer las cosas sencillas (“Yo seré tu Dios, y tú serás mi pueblo”. “Lo que yo te dijere, tú dirás; y dónde yo te enviare, tu irás”), pero nosotros, los seres humanos, nos seguimos empeñando en complicarlo y enredarlo todo. Y a los ofrecimientos de Dios, el ser humano responde como el joven rico, ¿qué más me falta?”

Han pasado los años, los siglos, y la pregunta sigue siendo la misma: ¿qué debemos hacer? , quizás porque las personas, el ser humano, han cambiado poco en ese tiempo. Cambios solo de apariencia, de imagen, pero siguen siendo los mismos que preguntaron a Juan y a Jesús. Podemos reconocer, en nuestras propias iglesias, a los que hacen gala de ser “la tercera o cuarta generación en la Iglesia”. Muchos de los hombres y mujeres que rigen nuestras ciudades han hecho de su cargo una fuente de riqueza personal, aunque para ello haya que prevaricar y especular ilícitamente. El abuso de los más débiles, mediante la fuerza y la extorsión, sigue siendo cosa cotidiana, en las empresas, en los centros educativos, en los barrios. Y siguen siendo los mismos los que, al sentir cerca el juicio de Dios, preguntan ¿qué debo hacer? Y la respuesta, también, sigue siendo la misma: la honestidad y el amor al prójimo como alternativa de vida, y aprender que ser hijo de Dios es una responsabilidad ante los demás y no un privilegio “sobre los demás”.

Y cuando compartas tu pan con el hambriento y tu vestido con el desnudo; cuando hayas ayudado a quienes están cerca de ti y necesitan una mano amiga, o un hombro en el que reclinarse; cuando te hayas privado de algo para que otro tenga lo que necesita; cuando todo eso sea una realidad de vida en cada uno de nosotros, la pregunta seguirá resonando: ¿qué debemos hacer? Y la respuesta será: Sé tú la voz grita en el desierto, sé tú quien llame a los demás a una vida en honestidad y con amor al prójimo. Sé tú quien, como Juan antaño, anunciaba la buena noticia a la gente: que todo es mucho más sencillo, solo hay que recibir la vida que se nos da y vivirla como el creador quiere.

Que Dios nos dé la claridad para recibir la respuesta y la humildad para vivirla.

David Manzanas
Pastor en Alicante y Valencia (España)
alcpastor@iee-levante.org

 


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