Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

24º domingo después de Pentecostés, 19–11–2006
Mc 12, 28 - 34, Felipe Lobo Arranz
(A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


¿QUE HACEMOS CON EL SEGUNDO?

Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? 29Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. 30Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. 31Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. 32Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él; 33y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios. 34Jesús entonces, viendo que había respondido sabiamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y ya ninguno osaba preguntarle.” MARCOS 12. 28- 34

La gracia y la paz de Dios nos visiten a todos nosotros en este día.

Jesús, como todos nosotros, tenía sus problemas cotidianos, era un hombre en conflicto. El día que se levantó de la cama para enfrentarse a este examen de los escribas y fariseos tuvo que vérselas directamente con la tarea de explicar el valor que tenía para él la Ley de la Alianza,fundamento de la fe israelita,y aquí se ponía en juego la ortodoxia que parecía demostrar ante sus interrogadores. La pregunta que el escriba le hace a Jesús no es espetada como un desafío, sino más bien como una consulta entre iguales que trataba de intentar contestar a la duda que los estudiosos y eruditos judíos tenían sobre cuál era el auténtico orden jerárquico de las distintas leyes que componían la Torah, de la ley de Dios. Si tenemos como punto de referencia que Israel tenía un compendio de no menos de 613 mandamientos, todos importantes para ellos al parecer. La cuestión no era pequeña. Jesús conocía estas disquisiciones y además quería ayudar, como buen maestro. Recuerda los textos de los Decálogos de Éxodo 20 y de Deuteronomio 5, especialmente este último más cercano a los posicionamientos de su tiempo, por ser la segunda ley reexaminada por los editores deuteronomistas y adaptadas a la nueva Israel, y que, a su vez, hizo de la Ley un sistema jurídico, si cabe, más complejo y desarrollado, a lo que había de sumarse las posiciones y doctrina de las diferentes escuelas de interpretación. Ante Jesús aparecen todas esas leyes, para él, que no se las sabía de memoria, se le ponía en un aprieto, hasta que examinando la postura de Deuteronomio 5, le da tiempo a argüir que todas se resumen perfectamente en dos.

Nos podemos imaginar por momentos, los ojos del escriba mirándole, con la esperanza de encontrar un poco de luz en la búsqueda de la solución del problema.

Jesús enlazó mentalmente las leyes que se referían a Dios y a nuestra devoción y amor hacia Él, por un lado, y por el otro sintetizó las que tenían que ver con el respeto, el amor y la protección del prójimo, del vecino, en definitiva. Esta síntesis mental dio lugar a esta dicho que encontramos en nuestra perícopa de hoy: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. 30Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. 31Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El resultado final es tan genial hoy, como lo fue para aquel pobre escriba, que de seguro se iba más contento que un niño tocando la batería. No tuvo por menos que reconocer que realmente tenía una autoridad especial en sus enseñanzas, no por que brotara un halo de sus cabeza, sino porque moral y sabiamente le había resuelto uno de los irresolubles problemas sobre esta jerarquización de la Ley, desde una contundencia tan lógica sobre la justicia, que le hacía a la columna vertebral de la fe, que le pareció irrefutable.

Jesús no pretende minimizar la Ley, ni siquiera su importancia. Sino todo lo contrario. Él cumplía la Ley y aunque ésta, en Cristo, no nos condene a los que confiamos en Él, tampoco nos exime de vivirla y observarla como cristianos, como cosa buena. Cristo no ataca la Ley, no la torpedea, si quisiera haberlo hecho, aquí, habría tenido su oportunidad, pero no lo hizo, porque no era su interés. La cuestión es ¿de qué manera lo hace y qué es lo que enfatiza del aspecto de la Ley de la Alianza?

La solución esta clara para Jesús. El amor. El amor a Dios y el amor a nuestros semejantes. Díganme si no, que si cumplimos u observamos estas dos premisas éticas, no podríamos vivir en un mundo perfecto, en una sociedad justa y con paz, en un entorno próspero y armónico con la vida.

Por esta misma razón, Jesús defiende el valor de la Ley para el judío y también para toda la humanidad, como algo vigente por los siglos.

Sin embargo no podemos ser demasiado confiados de las intenciones de los escribas y fariseos, pues iban buscando con la respuesta de Jesús, resquicios para desacreditarle públicamente y a su vez, de acusarle ante las autoridades religiosas. Esa negatividad quedó neutralizada por el silencio y la meditada respuesta de Jesús. Nosotros somos puestos en esa misma disquisición en nuestra vida diaria, por lo que tenemos que: primero conocer la Biblia y nuestra fe bien para contestar con rigor, segundo, pensando, meditando en lo que hemos recibido para dar una respuesta contemporánea a nuestros prójimos de hoy.

La cuestión del escriba, era tan sólo una: ¿Cuál era el primer y principal mandamiento? Jesús responde: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” Y hasta aquí bien. Bien por Jesús y su respuesta y bien por su coherencia interpretativa y su conocimiento de la Ley. Lo cual les daba a entender que no era un profeta del tres al cuatro o un desequilibrado que no sabe lo que se trae entre manos, un charlatán con carisma, de los muchos que había en Israel.

Pero lo más sorprendente en este pasaje es ¿por qué si sólo le pide que le diga cual era, a su parecer, el primer mandamiento y tras responder él añada un segundo? ¿Qué quería demostrar a los escribas?

Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esta perfectamente claro.

Jesús conocía parte de las intenciones de estos sabios. Sabía, y por eso les criticaba, que ellos, ante el maremagnum tan complejo de la interpretación de la Ley y su interesada jerarquización contra el pueblo y a favor de ellos, se aprovechaban injustamente de las pobres ovejas de Israel, a las que imponían cargas y ritos que ni ellos mismos vivían realmente. La gente tampoco cumplía con ellas con toda seguridad y esta mala conciencia que se generaba, junto con el abuso de poder, estaba desencantando al pueblo. Ellos eran una élite, que decían lo que todos debían de hacer y pensar y con ello, de facto, no cumplían ya mismo con la Ley que ellos mismos querían imponer a los demás. Jesús rompe con esto, con un golpe seco a sus conciencias. Ellos amaban a Dios y luego se amaban a sí mismos, Cristo les recuerda que si amar a Dios es una parte importante, vital, de la enseñanza de la Torah, todavía había mayores referencias al amor al prójimo, y ellos no estaban cumpliendo con esas premisas. Parece ser que “…ya ninguno osó en preguntarle nada”.

Finalmente: “No estás lejos del reino de Dios” ¿Estamos cerca del Reino de Dios?

El escriba ha sido descubierto en su déficit y los que leemos el texto hoy también somos descubiertos, con la misma misericordia y tacto, con la que Jesús trató a estos hombres, somos tratados y desafiados hoy a considerar el amor a Dios y a nuestros prójimos. Sean humanos, animales, vegetales, vivos o inertes. Mira a tú alrededor: ¿qué tienes al lado? Eso o ese es tu próximo, ese es el objeto de tu cuidado, de tu respeto, de tu consideración, de tu solidaridad, de tu amor en el plano horizontal y cuando miras arriba o hacia adentro del corazón, encontrarás a Dios, otro próximo a ti, al que has de respetar, cuidar, considerar y amar de la misma manera. Cuando estamos haciendo así, Jesús tiene algo que decirnos: “no estas lejos del Reino de Dios”, pero si eres de los que aman al prójimo y no consideras a Dios, o amas a Dios y no amas a tu prójimo o no amas a ninguno, tienes que plantearte qué significa la vida para ti, pues la Ley no es una acusación constante, como sí la vida, las instrucciones para la vida. Si conoces la Ley, no eres invitado a pegarle a tu cercano con ella en la cabeza, sino a usarla con amor. En el amor encontramos cercano el Reino de Dios y su justicia, en el amor encontramos la máxima, el mandamiento más grande, no hay otro mayor.

Beda, el Venerable, decía en sus ‘Homilías sobre los Evangelios 2, 22.’:

“Ninguno de estos amores puede ser perfecto si le falta el otro, porque no se puede amar de verdad a Dios, sin amar al prójimo; ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios. Por eso le dijo a Pedro: -‘Pedro, me amas’ y respondió:- ‘tu sabes que te amo’ y se lo hizo decir una y otra vez, y con ello recibía del Señor: -‘apacienta mis ovejas’, como si dijera con claridad que sólo ésta es la verdadera y única prueba del amor de Dios, si procuramos estar solícitos del cuidado de nuestros hermanos y les ayudamos”

Amén.

Felipe Lobo Arranz- IEE Granada.
loboarranz@gmail.com

 


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