Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

11° domingo después de Pentecostés, 20 de Agosto de 2006.
Mc 6, 1 – 13, Rodolfo Roberto Reinich
(A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


¡Gracia y paz de nuestro Señor Jesucristo, del que era, es y será siempre!

La pastora Cristina La Motte, - (de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata - IERP) -, que ejerció su ministerio pastoral desde la ciudad de Carmen de Patagones, en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires, allí donde comienza la Patagonia Argentina, relata:
“Cuando trabajé en el sur aprendí a manejar y de tantos kilómetros que recorrí, perdí la cuenta. Mis comunidades quedaban a 80 y 110 kilómetros de dónde vivía, y para algunas reuniones del Distrito (eclesiástico) hacíamos 500 kilómetros.
En ese tiempo tuve muchas veces presente este pasaje, no fue porque no llevara provisiones para el camino o porque fuera caminando (entre Jerusalén y Galilea había aproximadamente 100 kilómetros y tomaba varios días recorrerlos).
Una cosa que me daba seguridad en la ruta era saber que allí vivía la familia tal y aquél campo era de aquella otra familia, y si estaba cansada me quedaba en casa de tal y seguía a la mañana siguiente.
Creo que esa es la esencia de este texto, la razón de esa indicación de Jesús a sus discípulos: Pongan su confianza en la gente. Ante una necesidad o urgencia no hay previsión que valga, seguro que si llevamos una cosa lo que necesitaremos será otra. Pero sí podemos poner nuestra confianza en las personas que forman una comunidad, seguro que lo que falte se consiga en la casa de otro. Es en esa confianza donde se transparenta la presencia de Dios, que nos da la libertad para no andar con cargas de más en el camino.” (“Lecturas Diarias 2006 de la IERP”, pág. 224)

Los discípulos son enviados por Jesús, y ellos se ponen en camino. Con lo que dicen y hacen dan testimonio de la misericordia de Dios, que se dirige al ser humano con mucho amor.
Ellos también invitan a la gente a cambiar de actitud y volver a Dios. Este encuentro resulta una gran liberación para mucha gente. Pues, los discípulos liberan de los malos espíritus, que se apoderaron de las personas. Tocan a las personas enfermas, las ungen con aceite y las curan de sus enfermedades. De esta manera se demuestra que el Evangelio, la buena noticia que los discípulos acercan a la gente es una bendición., porque experimentan la liberación de las ataduras a poderes contrarios a Dios, y la sanidad de sus dolencias físicas.
Actualmente podríamos decir: que se trata de una ayuda integral para las personas. Pues, tanto el alma (vida) como el cuerpo son importantes para Dios. Él quiere que las personas estemos sanas en cuerpo y en alma.
Por eso en una comunidad como la nuestra son inseparablemente importantes la predicación de la Palabra de Dios y la preocupación por las personas sufrientes y enfermas. Son como dos caras visibles del mismo Evangelio.

Hace unas décadas varias iglesias evangélicas, entre ellas también la nuestra, se unieron para crear el Centro Ecuménico de Acción Social (CEAS) con el propósito de ayudar a mujeres solas con hijos. Generalmente se trataba de mujeres jóvenes, muchas de ellas provenientes de provincias del interior de la república, que al quedar embarazadas y abandonadas por su hombres, muchas veces también expulsadas a la calle por los prejuicios de sus propios padres. En la gran ciudad de Buenos Aires no conseguían trabajo. ni siquiera para el servicio doméstico, porque estaban embarazadas o tenían un hijo pequeño, que no podían dejar en ninguna parte. Sobrevivían mendigando cerca de las estaciones de tren, porque allí había baños, con posibilidades de higienizarse y protegerse bajo techo en galerías abiertas de dichos edificios ferroviarios.
El CEAS creó espacios donde ellas pudieran estar, dormir, preparar sus comidas en forma conjunta con otras mujeres en situación semejante. Adelina, una hermana asistente social evangélica muy experimentada y movida por una profunda convicción de amor cristiano, era la coordinadora de este proyecto de rehabilitación integral de las mujeres en situación de extrema necesidad. Allí eran recibidas en el CEAS unos dos meses antes de parir a sus niños y donde podían permanecer alrededor de dos meses después. Mientras tanto eran contenidas en un ambiente familiar. Allí aprendieron a preparar la ropita para sus bebés, a manejar el cuidado y la higienes de sus niños, a preparar buenas comidas con pocos recursos. Recibían la atención médica adecuada. También aprendíeron a manejar máquinas industriales en talleres protegidos creados para tal fin. Muchas fueron consiguiendo trabajo con la ayuda de las asistentes sociales, mientras sus pequeños eran cuidados en el improvisado jardín maternal atendido por aquellas señoras que todavía no tenían todavía un trabajo rentable fuera de la casa.
Una de estas mujeres, la señora Lucía, encontró la mencionada contención en el CEAS, y también desde allí un trabajo rentado, que durante los últimos 25 años le permitió ganar el sustento digno para ellas y sus dos hijos, ofreciéndoles además una buena educación y la capacitación adecuada para la vida. Uno de ellos ya es un profesional graduado en la Universidad de Buenos Aires. El otro se encuentra en el mismo camino.

Por otra parte, recuerdo una historia que leí una vez, ya no sé donde. Se trata de una médica misionera que relata acerca de su experiencia trabajando con enfermos de lepra en un país lejano, creo que era Pakistán.
Ella decía que en una pequeña aldea, al revisar a un hombre con diagnóstico de lepra pero que podía ser curado, le llamó la atención que ese hombre la miraba, como si fuera una fiera acorralada y sin escapatoria, en lugar de alegrarse por la noticia que ella le daba.
Más tarde comprendí el temor de esa persona - cuenta la misionera -. Me enteré que semanas antes se había abandonado en el desierto a un niño de esa aldea con 12 años de edad y enfermo de lepra y que nunca más se supo de su destino.
Continuando con su relato, la médica dijo que a partir de ese momento se preguntaba con los demás integrantes de las misión acerca de lo que podían hacer como misioneros cristianos y que entonces resolvieron capacitar a jóvenes personas autóctonas, profundas conocedoras del desierto, capaces de internarse en el momento oportuno en el desierto y orientarse en las estrellas y la posición del sol, con el propósito de rescatar a los enfermos de lepra abandonados.
Recuerdo que ella finaliza su historia diciendo que todos estos “ayudadores de personas con lepra”, eran jóvenes que aseguraban el camino de liberación. Fueron como constructores del camino de Jerusalén a Galilea, demostrando en la práctica el servicio de la misericordia de Dios a los más golpeados en sus vidas.
¿Qué podemos hacer nosotros a partir de nuestras comunidades cristianas, por ejemplo con los enfermos de VIH Sida ó los niños y ancianos en la calle? ¡Seguramente Jesús ya se pondrá muy contento cuando comencemos a buscar comunitariamente una respuesta! Amén.

Rodolfo Roberto Reinich
Pastor de la IERP, Buenos Aires
reinich@ciudad.com.ar


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