Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

Estomihi, 26-02 2006
Texto: Mc 9, 2-9, Cristina Inogés
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Anda el mundo un tanto revuelto. No hace falta asomarse a la televisión o a las páginas de los periódicos; es suficiente con asomarse a la comunidad de vecinos, o al lugar de trabajo. El stress, la angustia, la pre-depresión, depresión y post-depresión están a la orden del día.

Ansiamos que llegue un puente para descansar y nos agotamos en su preparación; mientras podríamos disfrutarlo, pensamos en el regreso, y una vez de vuelta nos deprimimos por tener que volver a la rutina. ¡Pero que complicadamente tontos somos!

Nada nuevo por otra parte. En tiempos de Jesús no existía el stress como tal palabra, existía la angustia, el miedo, el cansancio extremo. Los apóstoles siempre andaban con algo de miedo y angustia, y como tampoco existían los puentes para descansar, aquella pequeña excursión propuesta y organizada por Jesús para sus amigos más íntimos (que los tenía entre los doce y no pasa nada), les tuvo que parecer una escapada al paraíso. Y la verdad es que se aproximaron a él.

Cuatro amigos juntos, ¿quién no recuerda de haber disfrutado de un momento así? No cuesta mucho imaginar lo bien que estarían y además Jesús les preparaba un gran regalo: la transfiguración, el gran destino final de Jesús tras la cruz: la resurrección.

Se acabó la angustia, el miedo. Llega la reacción humana: para qué volver, ¡se está tan bien de “excursión”! De pronto la apatía y el cansancio se transforman en creatividad: Hagamos tres tiendas (v.5). Cuando la ilusión hace acto de presencia se encuentran soluciones para todo. Con la ilusión pasa como con el amor: un instante es una eternidad y la eternidad puede ser un instante. Les pareció poco a Pedro, Santiago y Juan y, como solía ser habitual, no comprendieron mucho.

Transfigurarnos, ¿para qué?

Siempre escuchamos hablar de la transfiguración de Jesús, donde el Padre declara a Jesús –Hijo de Dios- y descubre el secreto en el momento en el que la cruz está a punto de ocultar la gloria del Hijo. El profeta-siervo es también el Hijo de Dios. La revelación del -Hijo amado de Dios- sólo es posible para quienes escuchan a Jesús y aceptan la escandalosa profecía del siervo doliente. Hay que reconocer que si a nosotros nos cuesta aceptar esto, conociendo lo que sucedió después, a los apóstoles les tenía que resultar prácticamente imposible.

¿Podemos hablar de nuestra transfiguración? ¿Cómo entenderla? ¿Cómo vivirla? Situemos el texto que nos ocupa hoy, en su contexto. Lo encontramos entre la segunda multiplicación de los panes, las advertencias a los discípulos, la curación de un ciego, la confesión de Pedro, el primer anuncio de la pasión y la instrucción sobre el seguimiento. Seguido de la transfiguración vemos la curación de un epiléptico, el segundo anuncio de la pasión, la instrucción sobre el servicio y la aceptación de los que obran el bien.

La transfiguración de Jesús no fue una “excursión” aislada, algo que sucede sin más. Es el clímax del evangelio de Marcos. Nuestra transfiguración debe seguir el camino que Él señala.

  • Si somos capaces de compartir lo que tenemos, habrá suficiente para todos y aún sobrará.
  • Si seguimos sus advertencias, seremos buenas personas, pero no ingenuos. Jesús quería y quiere personas coherentes, buenas y valientes pero no excesivamente fiadas de aquello que se nos presenta como bueno.
  • Si ayudamos a Jesús a seguir abriendo los ojos de los ciegos de hoy (personas que no conocen el sabor de la esperanza, angustiadas, encerradas en sí mismas), contribuiremos a crear espacios más humanos y sobre todo haremos que la gente vea, y nunca mejor dicho, que el proceso de la fe es gradual y pausado y que las vacilaciones van a estar ahí porque todos, alguna vez, vamos a ser ciegos necesitados de ayuda, y que por mandato y obligación nadie puede creer.
  • Si descubrimos que Jesús es el Mesías y lo confesamos como Pedro (Mc 8, 29) y Marta (Jn 11, 27), tendremos que aceptar que Dios no es un Dios a nuestra conveniencia, sino el Dios que ama y sufre, el Dios de la gloria y el de la pasión.
  • Seguirlo no será ir de excursión, precisamente. Será asumir nuestra subida a Jerusalén con nuestra propia cruz.

Una vez terminada la experiencia de la transfiguración, todos descienden del monte, más teológico que geográfico, y se encuentran con un joven poseído por un espíritu. Los discípulos no pueden hacer nada, su problema es la falta de fe y de oración.

Nuestra transfiguración debe consistir en hacer presentes las actitudes de Jesús, en hacer visibles hoy sus gestos y audibles sus palabras; que cuando nos vean, lo vean. Es muy curioso como lo que en nuestras traducciones figura como “transfiguración” en el texto griego aparece con la palabra de la que deriva nuestra “metamorfosis”, con la que explicamos la transformación de una oruga en mariposa, de algo poco atractivo en algo fabulosamente frágil y bello.

Cuanto más parecidos a Jesús nos haga la metamorfosis, más frágiles y bellos seremos; frágiles porque, como Él, estamos llamados a subir a Jerusalén y a vivir nuestra pasión; bellos porque, como Él, estamos llamados a transformarnos en la resurrección.

Este es mi Hijo amado: escuchadlo

Hemos escuchado estas palabras en el bautismo de Jesús. En aquel momento Dios las decía a su Hijo, ahora las dirige a los discípulos, a todos nosotros.

Puede no ser fácil prestar atención a las palabras de Jesús, hay mucho ruido, muchas interferencias, pero nada es excusa suficiente. Este es mi Hijo amado: escuchadlo.

Si queremos vivir nuestra transfiguración, debemos empezar por escuchar a Dios y a su Palabra. Si los discípulos hubiesen escuchado a Jesús, podrían haber curado al joven poseído al bajar del monte. Si nosotros escuchamos a Jesús, no necesitaremos mucho más porque Él sólo es suficiente, sólo lo necesitamos a Él. Nos encontraremos a nosotros mismos y nunca solos, porque escuchando a Jesús, Él está con nosotros.

Este es mi Hijo amado: escuchadlo y viviremos la maravillosa aventura de nuestra metamorfosis para los demás.

Cristina Inogés. Zaragoza. España
crisinog@telefonica.net

 


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