Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

Predicación para el domingo Septuagesimae, 12 de febrero de 2006
Texto: Marcos 2, 1-12 por David Manzanas
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Queridos hermanos

De entre todas las historias de sanaciones que podemos encontrar en los evangelios, ésta del paralítico que es llevado ante Jesús atravesando el techado de la casa me parece de las más bellas y sugerentes. Intervienen muchos personajes: el paralítico, los amigos, el dueño de la casa (posiblemente Pedro (1) ), la muchedumbre, y Jesús, por supuesto. Ellos mismos presentarán cómo han vivido esta historia. Oigámoslos.

La historia del paralítico (2)

Aquí estoy. Sin esperanza. Y lo que aún es peor, sin razón alguna para tenerla o buscarla. Mi presente y mi futuro se limitan al tamaño de mi camilla.

No siempre fue así. Recuerdo otros tiempos, aunque cada vez mis recuerdos son más y más confusos, cada vez más ocultos en una espesa nebulosa. ¿Realmente lo que recuerdo ocurrió tal y cómo lo guardo en mi mente? ¿Es verdad que no siempre fue así? Ya no lo sé. A veces, desde la quietud de mi cama, pienso que mis recuerdos no son más que reconstrucciones elaboradas por mi propia mente, destinadas a “calmar” mi propia ansiedad; como si necesitara decirme a mí mismo “tranquilo, también tú has vivido en normalidad”. Sea como fuere, me gusta recordar. Recuerdo mi juventud, cuando todo estaba por descubrir, cuando cada paso era un motivo para el asombro. Oh, sí, el asombro… ¡Que ingenuo era! Cada cosa que ocurría era como si fuese la primera vez, como si nunca antes hubiera ocurrido. Más aún, creía que yo era el único ser en la tierra con capacidad para reconocer semejantes “portentos” como el color anaranjado de algunos atardeceres, las ondas que se expanden concéntricas cuando una piedra rompe la quietud del lago, el eco de los sonidos en las paredes de la torrentera…, todo ello era como si sólo yo pudiera verlo. Y me sentía importante, tanto que el cielo me dedicaba sus colores, las aguas respondían a mi juego y en la torrentera el aíre contestaba a mis preguntas. Hoy, paralítico en esta cama, no dejo de reconocer que todo ello siempre ha ocurrido y siempre ha sido así, para todos, para nadie… Pero entonces tenía la capacidad de soñar, de esperar, de asombrarme. Hoy, paralítico en esta cama, sólo tengo quietud, y ahora veo que, posiblemente dependiendo de la temperatura, en ocasiones el cielo se torna naranja cuando el sol se oculta, y así todo. Hoy no puedo esperar nada, todos los días son iguales, nada podrá cambiar esta dura realidad: que estoy aquí, eternamente condenado a permanecer en este lecho. Porque precisamente eso es mi situación: una condena; aunque me gustaría llegar a saber la razón de esta condena. Sí, ya sé que la razón final sólo la sabe Dios; también sé que todos somos pecadores delante de Él. Pero esto no me consuela, ¿sabéis? Porque, si todos somos pecadores, ¿por qué sólo yo soy el condenado? (3) ¿Qué hacéis los demás caminando con vuestras dos piernas mientras yo sigo encadenado al mismo lecho de todos los días? No lo sé, ni he encontrado a nadie que me lo aclare. Un día vino a visitarme un vecino que milita en el grupo de los fariseos, y me dijo que recordara la historia de Job y que aprendiera de ella, de cómo Job se humilló delante de Dios y le fue perdonado su pecado y cómo, desde entonces, su enfermedad fue curada. Yo no sé mucho de interpretación de los relatos sagrados, pero, por más vueltas que le doy, me da la impresión de que esa historia de Job dice justo lo contrario de lo que mi amigo el fariseo pretende. De todas maneras, ya me gustaría que mi historia terminara igual que la de Job. Pero yo sé que no, que no me volveré a levantar de este camastro, sé que soy un paralítico y, aunque me costó aceptarlo, ahora que lo tengo asumido he aprendido a conformarme y a no amagarme la vida pensando en lo que podría ser pero no es.

Ayer vinieron unos amigos a decirme que ha llegado a la región un maestro nuevo. Dicen que habla de Dios de una manera muy distinta a como hablan los demás maestros, y por lo que me cuentan da una imagen de Dios muy diferente a la que me presentó mi amigo el fariseo. ¡Quién sabe!, quizás no sean más que palabras. Aunque, dicen, que este maestro no sólo habla, que acompaña a sus palabras con milagros y gestos. Y ahora quieren llevarme ante él para que me cure de mi parálisis. ¡Pobres!, todavía creen que las cosas pueden cambiarse. Pero tanto han insistido, y algunos de ellos con tanto interés, que no he tenido fuerzas para negarme totalmente. Pero ya se darán cuenta de que “lo que no puede ser, no puede ser, y además, es imposible”

Los amigos

  • ¡Venga, ánimo, compañeros! Tenemos que llegar a casa de Cefas (4) el pescador. Dicen que allí es donde se aloja el Maestro llamado Jesús.
  • ¿Oísteis que sanó a la suegra de Cefas? Era ya muy vieja, pero bastó que la tomara de las manos para que la enfermedad desapareciera.
  • ¿Lo oyes, Adán? Ánimo, verás como a ti también te cura.
  • ¡Y no vuelvas a sacar a colación aquello del pecado oculto, o del pecado desconocido de la infancia o juventud. Este Jesús habla de manera diferente. En todo caso, habla del perdón de Dios y no tanto del castigo de Dios.
  • Eso es verdad, y según dicen los que lo han oído en persona, cuando habla del castigo de Dios no lo hace amenazando a los enfermos de lepra, ni a los pobres, ni siquiera a las “mujeres pecadoras”, ya me entendéis. No. Se dirige a los orgullosos fariseos, a los sacerdotes, a los ricos egoístas.
  • ¡Pues ya era hora de que alguien señalara la hipocresía de los de arriba!
  • ¡Venga, venga! Menos hablar y vamos más rápido, no sea que se marche de allí.
  • O que le echen, porque por lo que decís no creo que estén muy contentos con él los que mandan.
  • No, desde luego. Para muchos de nosotros, es el profeta que estábamos esperando. Algunos, incluso, llegan a reconocerle como el Mesías anunciado y tanto tiempo esperado.
  • ¿Oyes, Adán? ¿Y si es verdaderamente el Mesías? Él sí podrá sanarte, y si puede, merece la pena hacer todo lo posible para llegar a él.
  • ¡Mirad! ¿No es esa la casa de Cefas, el pescador?
  • Parece que sí, y está totalmente llena de gente.
  • No será posible siquiera acercarse, ¡hay gente hasta en la misma calle!
  • ¡Pues no hemos llegado hasta aquí con Adán a cuestas para volvernos a casa sin más. Además, si ahora nos volvemos, nunca más podremos convencer a Adán de intentarlo de nuevo. Y todas las esperanzas se habrán difuminado.
  • No digo que nos echemos para atrás, pero habrá que encontrar una solución. ¿Se le ocurre algo a alguien?
  • Diréis que es una locura, pero no hay más camino que por arriba,
  • ¿Cómo dices? ¿Por arriba?
  • Sí, por el techo. Si logramos subir hasta el enramado del techo, será fácil apartar las ramas y el barro, hacer un hueco y, atando unas cuerdas en las cuatro esquinas de la camilla, bajarlo hasta el suelo justo delante de Jesús.
  • Pero no trajimos cuerdas, ¿de dónde las sacaremos?
  • No te preocupes, alguien nos las prestará. Dios ayudará para que las encontremos.
  • Pues no se hable más. Si todos estáis conformes, adelante.
  • ¿Cómo dices, Adán? ¿Que lo dejemos ya, que nos demos por contentos con haberlo intentado? No, hombre, no. No hemos llegado hasta aquí sólo para intentarlo, hemos venido para dejarte delante de Jesús, y eso es lo que haremos.
  • ¡Y más vale que te calles! No nos desanimarás, así que deja ya de repetirnos aquello de que “lo que no puede ser, no puede ser, y además, es imposible”. Tú limítate a dejarte hacer, nosotros te llevamos.
  • ¡Eso!, y deja a Dios que haga lo que sólo Él puede hacer.
  • ¡Pues venga, manos a la obra!

Uno de entre la gente

Pero ¡cuánta gente ha venido! ¡Todos quieren escuchar a este Jesús! La verdad es que poco sabemos de él, pero… lo que dice suena bien. Al menos para nosotros, los que no podemos esperar nada de nuestras propias fuerzas, los que nada podemos esperar de nuestro propio poder.

Pero hay que reconocer que tanta gente resulta un poco molesta. No dejan oír bien, los niños no se quedan quietos y estorban, y eso sin contar con los que se quieren colar y no pararán hasta ponerse en primera fila. ¡Como si los demás no hubiéramos tenido que recorrer nuestra distancia para venir hasta aquí! ¡Que hubieran espabilado!

Mira, hay de toda clase de gentes, ¡y yo que creía que sólo los pobres le escucharían! Desde luego, son la mayoría, pero también se ve algún que otro perteneciente a la clase alta. Allí hay uno, pero pretende pasar desapercibido, como si pensara que está fuera de lugar. Pero parece que para Jesús no, que tiene palabras para todos; a veces inquieta a unos y a veces a otros, pero todos parece que reconocen en él una autoridad que los fariseos y los levitas han perdido hace ya tiempo. Y hacía falta volver a escuchar a alguien con autoridad, que hable por sí mismo, de su propia experiencia personal y de lo que conoce porque lo ha vivido. Los Maestros de la Ley hace tiempo que hablan sin saber, se limitan a hablar de lo que otros maestros han dicho, y estos, a su vez, hablan de lo que otros más antiguos dijeron, y así, nadie habla por sí. Pero no este Jesús; él conoce a Dios, sabe de lo que habla. Suena nuevo, y sin embargo no deja de recordar a los profetas que leemos en la sinagoga.

Oye, mira a esos, traen una camilla con un enfermo encima. La verdad, no sé donde pretenden ir, con el gentío que se ha juntado. ¡No pretenderán pasar! La verdad que es un claro ejemplo de lo que significa ser inoportuno. Si querían que Jesús hubiese hecho algo con su amigo, o pariente, o quien sea, pues que hubieran venido antes a hablar con él, pero no ahora, pretendiendo ponerse los primeros simplemente porque traen a alguien. Yo también necesito oír, y también he hecho un esfuerzo para venir, como todos los demás, y no voy a renunciar a mi propio derecho.

Bueno, parece que al final lo entienden y se van. ¡Otra vez será! La verdad es que esa pobre gente ya ha hecho lo que buenamente ha podido; ese pobre pecador puede estar contento con los amigos que tiene, no todos habrían estado dispuestos a cargar con una pesada camilla. Pero las cosas tienen un límite y hay que ser razonables y aceptar esos límites.

¡Pero….! ¿Qué hacen? Yo creía que se iban y resulta que lo que han hecho es rodear la casa hasta las gradas posteriores y por allí subir al techo. ¡Deben de estar locos! Y parece que la locura es contagiosa, porque estoy viendo como algunos ayudan a esos muchachos a hacer un agujero en el techo, ¡¡y hasta les han dado cuerdas para bajar al paralítico!! La desesperación es muy atrevida. No quiero ni imaginarme la cara que pondrá Cefas cuando vea que su techo se lo desmontan. ¿Y Jesús? ¿Cómo reaccionará Jesús? Esto no me lo quiero perder. Voy a ver si puedo adelantarme y pasar un poco más adelante para ver y oír mejor.

Jesús

Mucha gente, es mucha la gente que ha venido. ¿Y qué vienen a buscar? Ni ellos mismos lo saben. Son como niños desorientados, como ovejas que no tienen pastor: reconocen que no están en el camino correcto, pero son incapaces de encontrarlo por sí mismos, aunque lo tengan cerca. Les falta poco, sólo creer en el Padre, confiar plenamente en Él.

Se maravillan cuando ven que sus enfermos son sanados, que los demonios que atormentan sus espíritus y sus vidas son expulsados. Pero siguen creyendo que los necesitados son los demás, los que padecen lepra, los ciegos, los mudos, los paralíticos, los que se convulsionan y pronuncian sonidos ininteligibles. Pero ¿y ellos? Se consideran sanos, y no ven sus verdaderas dolencias, las ataduras que todos ellos tienen, lo lejos que están de Dios estando Dios tan cerca. También ellos necesitan el perdón de sus pecados, la reconciliación con el Padre.

Veo que han venido algunos fariseos y maestros de la ley, algunos llegados de muy lejos (5) . Bien, que vean y oigan, que comprueben por ellos mismos qué lejos se han ido de la voluntad del Padre, pero que aún están a tiempo de regresar a ella.

De manera especial me preocupan esos fariseos. La mayoría son honestos y sinceros, pero han equivocado el camino: creen que sus prácticas piadosas y su cumplimiento estricto de la letra de la Ley les dará la salvación. ¡Cómo si pudieran comprarla! ¡Qué barata venden la salvación! Bien, pues tendrán que oír, y ver, que la salvación es el gran regalo del Padre a los que, por fe, confían en Él.

¿Qué es lo que pasa en el techo de la casa? ¡Están bajando a un enfermo por un agujero del techo! Sin duda no han podido pasar a dentro de la casa a causa de la multitud. Ellos sí demuestran tener una gran fe. Su confianza en el Poder de Dios tal que no se han amilanado con las dificultades, no se han dejado vencer por los inconvenientes. Ni siquiera han considerado el “merecimiento” o la “oportunidad” de su petición; simplemente confían en la misericordia de Dios. Ellos van ha ser mi mensaje para todos, van a ser la enseñanza viva para cada uno de los presentes.

— Hijo mío, tus pecados quedan perdonados.

(1) Según unos versículos antes, «Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés» (Mc 1:29) y allí tuvo lugar la sanación de la suegra del propio Simón (Cefas o Kefá). Parece que Jesús estableció su residencia en esa casa durante cierto tiempo.

(2) Ninguno de los evangelios que recogen esta historia hablan de la fe o de la incredulidad del enfermo en particular. Los tres sinópticos usan un plural que puede entenderse que incluye al propio paralítico pero que en modo alguno impide otra visión. Yo he construido un relato desde la óptica de un hombre que ha perdido toda esperanza, porque creo que así es puesto de relieve la fe desinteresada de los amigos.

(3) La idea de la enfermedad como castigo divino por lo pecados propios o, incluso, por los pecados de los progenitores, estaba muy arraiga en las gentes de la época de Jesús (Cf. Jn 9:2), idea que, lamentablemente, perdura hoy en día en las enseñanzas de muchos grupos cristianos.

(4) Probablemente, en tiempos de Jesús se usara la forma aramea Kefá, aunque prefiero utilizar la forma Cefas por ser de mayor uso en las traducciones bíblicas.

(5) El pasaje paralelo en Lucas (Lc 5:17-26) especifica que habían llegado fariseos y maestros de la ley de «todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén». Probablemente estaban allí para comprobar por sí mismos las enseñanzas de este nuevo maestro que, desde el principio de su actividad pública, despertó el interés de las multitudes, no sólo por o que decía, sino también por las señales que manifestaba y os milagros que hacía. Prueba del interés que desataba Jesús era la multitud que se agrupó en la casa donde él habitaba.

David Manzanas (Alicante, España)
alcpastor@iee-levante.org

 


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