Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 1° domingo después de Epifanía, 8 de enero de 2006
Texto: Deuteronomio 32: 10-11 por Karin Krug
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


“Los encontró por el desierto, por tierras secas y azotadas por el viento, los envolvió en sus brazos, los instruyó y los cuidó como a la niña de sus ojos. Como águila que revolotea sobre el nido y anima a sus polluelos a volar, así el Señor extendió sus alas y, tomándolos, los llevó a cuestas.” (Deuteronomio 32: 10-11)

Queridas hermanas, queridos hermanos,

(1. Introducción)

El libro del Deuteronomio está redactado como un largo discurso del anciano Moisés en los umbrales de la Tierra Prometida. Recorre en mente los cuarenta años que han pasado desde que pudieron abandonar la tierra de la esclavitud y ahora, están a punto de llegar a la meta, la tierra donde fluye la lecha y la miel. En esos 40 años, más de una vez Moisés habrá querido deshacerse del mandato de conducir a ese pueblo inestable que siempre caía de un extremo al otro: muchas veces entusiasmados por la liberación y decididos a conducirse como pueblo del Señor con fe y obediencia, y al rato murmurando, rebelándose, ariscos a cumplir con la voluntad de Dios. De repente concientes de su falta de fe y de sus pecados, arrepentidos y prometiendo mejorar, y de repente olvidando todo eso y de nuevo el descontento, la desconfianza, las intrigas, los berrinches, las chiquilinadas. Es así la historia del Pueblo de Dios, hasta hoy, historia de buenos propósitos y de caer nuevamente en actitudes muy humanas. ‘Es cansador’, habrá dicho Moisés, ‘es desgastador, este pueblo es más terco que una mula!’

Pero ahora estaban ante las puertas de la Tierra Prometida, y allí Moisés repite las enseñanzas, la historia, las leyes. Hace memoria. Y de repente se entusiasma ante lo increíble de la fidelidad de Dios.

Es una buena receta esa, y válida hasta hoy: es recomendable de vez en cuando mirar para atrás, y apreciar el camino recorrido. Y aunque en momentos de desaliento parecía que estamos pisando el mismo lugar, lo que se ve en la retrospectiva es un proceso, lento talvez, pero constante. El pueblo a las puertas de la tierra prometida no es el mismo que el que salió de Egipto.

(2. Cuidado y protección)

Hubo muchas situaciones donde el pueblo vivió el cuidado y el amparo de su Dios. En nuestro texto hay 5 imágenes: Los encontró en el desierto y azotados por el viento (Lo envolvió en brazos; Lo instruyó; Lo cuidó como la niña de sus ojos; Los llevó como sobre alas de águila.

A primera vista, todas estas imágenes parecen decir lo mismo: Ilustran el cuidado del Dios, pensado aquí como Padre y Madre, hacia sus hijos pequeños y necesitados, dependientes de su ayuda.

PERO, pero: hay una diferencia sustancial entre las 4 primeras imágenes y la última (alas de águila): 1) Los encontró en el desierto y azotados por el viento; 2) Lo envolvió en brazos 3) Lo instruyó 3) Lo cuidó como la niña de sus ojos: Estas son imágenes de cuidados intensivos de aquellos que están totalmente desvalidos. Cuando alguien no puede valerse por sí mismo, otros tienen que asumir ese cuidado. Pero no es una situación que debe prolongarse –por lo menos normalmente no debería- por toda la vida. El cuidado tiene la intencionalidad de que el débil recupere fuerzas hasta poder manejarse solo.

Muchas veces los cristianos quisiéramos vivir así la fe: cuidados y acolchaditos y al amparo de los golpes de la vida; supuestamente entregados a la voluntad de Dios, pero en realidad demasiado miedosos para afrontar los riesgos de las decisiones. No queremos cometer errores. Quisiéramos tener seguridades para no equivocarnos. Hay cristianos que toda su vida se manejan inmaduros como bebés.

En nuestro texto, aparte de las imágenes de cuidados de madre hacia niños pequeños: rescatarlos, envolverlos en sus brazos, instruirles y cuidarles como a la niña de sus ojos, hay otra imagen: “Como águila que revolotea sobre el nido y anima a sus polluelos a volar, así el Señor extendió sus alas y, tomándolos, los llevó a cuestas”.

Varias veces aparece esta imagen en la Biblia, por eso hice una pequeña investigación sobre la forma como las águilas enseñan a sus aguiluchos a ser autónomos y a volar con sus propias fuerzas.

(3. Aprender a volar: el propósito del pichón de águila ó: una lección de zoología)

Como sabemos, las águilas hacen sus nidos en lo alto de las montañas o en la copa de los grandes árboles. El tamaño del nido es enorme: un metro de alto, tres de largo y dos de ancho. Cuando el águila tiene huevos o pollitos en el nido y el sol se pone fuerte, el águila se para sobre el nido para dar sombra y mueve sus alas (una especie de ventilador) para que haya aire refrescante en el nido, porque si no los pollitos adentro morirían de calor.

Después de nacidos, los aguiluchos permanecen en él dos meses, alimentados por sus padres, hasta que están listos para volar. Cuando llega ese momento, lo primero que hace la madre es recortarles los víveres, les trae menos comida. A cambio, comienza a volar largo rato sobre el nido a fin de mostrar a su cría el vigor de sus alas y su capacidad de volar.

Luego baja hasta el nido y hace algo que nos puede parecer muy cruel: va empujando al aguilucho contra el borde hasta hacerlo caer. Cuando cae, se apresura a ampararlo sobre sus alas extendidas. Y después lo devuelve al nido. Repite varias veces la escena, volando sobre el nido, haciendo círculos para desafiar a los aguiluchos a superar el miedo, a confiar en sus jóvenes alas y tratar de volar.

También hay otra técnica: la madre águila sube a sus bebés sobre su propia espalda, salta del nido y vuela en aire libre. De repente, ella se cae en picada, dejando los jóvenes batiendo sus alas en el aire. Ellos tienen que intentar volar. Cuando ella vea que están por caerse, vuela por debajo de ellos y los recoge en su espalda de nuevo, para que se tranquilicen y descansen. Y de repente, otra vez los suelta al aire libre. Ella sigue haciendo esto hasta que ellos aprendan a volar y a cuidarse. Entonces, los suelta al mundo. La madre-águila somete a su aguilucho a esta prueba de riesgo y coraje para que adquiera confianza en sus propias fuerzas y comience a volar autónomamente.

Finalmente: hay que impedir que vuelva al nido, entonces la madre remueve las hojas y las ramas para hacerlo no habitable ya. Así el aguilucho empieza a volar y busca por sí mismo su alimento. Ahora es ya águila adulta.

La imagen del águila que lleva sobre sus alas al polluelo no es una imagen de “dolce far niente”, comodidad, evasión de la realidad, vivir a upa. Es la imagen de la madre preocupada porque sus polluelos afronten el mayor desafío que es aprender a volar . Y cuando hiciera falta y por un tiempito, hay descanso, pero para intentarlo de nuevo. Existe el peligro y la posibilidad de fracasar. Pero aunque fracasen, siempre aprenden. Si no fuese así, no descubrirían sus posibilidades, ni sus energías escondidas y definitivamente: ¡no crecerían! Nuestro elemento natural como cristianos no es el NIDO, ¡es el AIRE! No estamos hechos para vivir a upa, estamos hechos para VOLAR.

( 4. La diferencia entre la zoología y la teología…)

Es interesante cómo los autores de la Biblia comparan a Dios con la madre águila, cuidando los huevos, revoloteando sobre los polluelos, cuidándolos y enseñándoles a vivir en el mundo.

PERO hay una diferencia entre la madre águila y Dios, como madre y padre: las águilas llegan a un punto cuando ya no permiten que los hijos regresen al nido. Para que los padres y los hijos puedan sobrevivir, tienen que separarse. Llega un punto en que los jóvenes no pueden contar más con la protección de sus progenitores.

En contraste, la Biblia nos enseña que Dios siempre está presente, siempre está vigilante. Cuando nosotros tambaleamos, o cuando parece que el mundo tambalea alrededor de nosotros, Él nos consuela con palabras del profeta Isaías: “Escúchenme, gente de Jacob, todos los que sobreviven de la familia de Israel, ustedes a quienes he llevado en mis brazos desde su nacimiento y de quienes me he preocupado desde el seno materno. Hasta su vejez, yo seré el mismo, y los apoyaré hasta que sus cabellos se pongan blancos. Así como lo he hecho y como me he portado con ustedes, así los apoyaré y los libertaré”. (Isaías 46.4)

Esto no quiere decir que nada mal nos pasará, pero sí, que aún en los momentos peores, Dios está presente, en Dios podemos encontrar socorro, podemos encontrar renovación, porque Dios nunca nos abandona. Permanece siempre vigilante sobre todos sus hijos y todas sus hijas, para sostenernos en tiempos en de necesidad. Dios nunca nos deja caer ni permitirá que nos perdamos. Como la madre águila, cuando enseña a sus hijos a volar, Dios siempre está atento. Una y otra vez recoge sus hijos y sus hijas en su espalda, dándoles descanso. Y otra vez, nos da un empujón y nos envía de nuevo al mundo, pero nunca, nunca nos abandona. Está presente con nosotros todos los días de la vida. Y cuando nos llegue el día de la mayor desvalidez, el momento de tener que partir de esta vida, sobre alas de águila nos llevará a su Reino.

Hasta que este momento llegue, quiera el Señor darnos las dos experiencias: la de empujarnos hacia afuera del nido para aprender a volar, (y eso se aprende cada vez de nuevo, a diferencia de las aves) y también la otra: la del amparo y descanso sobre sus poderosas alas. Caer constantemente del nido o vivir siempre a upa: las dos cosas no aportan a nuestro crecimiento. Pero el Señor es buen administrador de los tiempos de sus hijos e hijas.

Así va a ser este año 2006. Amén.

Pastora Karin Krug, Buenos Aires
karinkrug@arnet.com.ar

 


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