Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el primer día del año nuevo, 1 de enero de 2006
1º después de Navidad
Texto: Gálatas 4: 4-7 por David Manzanas
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


UN SUEÑO CUMPLIDO, UNA VISIÓN COMPARTIDA

En una de las felicitaciones navideñas que he recibido, había una pintura alegórica del nuevo año. Un anciano, muy cansado y envejecido, entregaba una vela encendida a un niño muy jovial. Lo que más me impresionó de la pintura era la cara del anciano: tenía una sosegada sonrisa que transmitía serenidad y, sobre todo, esperanza. Esperanza en ese niño que recibía la vela, esperanza en el futuro cargado de promesas, de nuevos retos. Mientras tanto, el niño recibía la vela con alegría, sin miedo ni desconfianza. Su cara, y su gesto firme al coger la vela, transmitían seguridad y confianza, pero por encima de todo, manifestaba la firme decisión de llevar él la vela, el convencimiento de que su tiempo había llegado y que ahora era él quien debía ser el portador de aquella luz. La imagen, en su conjunto, transmitía un claro mensaje: el tiempo viejo ha pasado y comienza un tiempo nuevo.

El texto del evangelio para el día de hoy me ha recordado la imagen de esa felicitación. Pero en este caso son dos los ancianos, Simeón y Ana, dos personajes que nos muestran dos actitudes diferentes, pero complementarias. Los dos han pasado ya el umbral de toda expectativa de vida, nada pueden esperar de sus propias fuerzas, pero seguían esperando en Dios.

Para Simeón, ver a este pequeño niño era el cumplimiento de un sueño, la respuesta de Dios a sus oraciones de largos años. Según Lucas, el único de los cuatro evangelistas que recoge esta historia, Simeón esperaba “la restauración de Israel” (versión DHH, la “consolación de Israel” en versión RV95); es decir, esperaba ver el cumplimiento de la promesa de Dios de enviar al Mesías, aquel que haría de Israel un pueblo de profetas, de testimonio, para todos los pueblos del mundo (“la luz que alumbrará a los paganos y que será la honra de tu pueblo Israel” v. 32). Su sueño era cumplido.

Ana era una anciana sin familia, sin más sustento que el que podía encontrar en el templo en sus largos días de ayuno y oración. También, como Simeón, estaba esperando la manifestación de Dios. Para Ana, la visión del niño fue la señal para salir a la calle, y anunciar a todos los que esperaban “la redención de Jerusalén” que el “esperado” ya estaba aquí. El tiempo del ayuno y la reclusión en el Templo había terminado, ahora era el tiempo de salir y proclamar, de comunicar lo que había descubierto.

No deja de sorprenderme, por muchas veces que lea y relea los textos evangélicos, la subversión encerrada en estos relatos. Y utilizo la palabra “subversión” plenamente consciente de su significado (según la Real Academia Española, subvertir es sinónimo de trastornar, revolver, destruir.) El niño nace en un establo, entre animales y en la oscuridad, el lugar menos apropiado para un “Mesías”; es anunciado a las personas menos apropiadas para servir de heraldos (los pastores eran despreciados por los “religiosos” de la época porque no cumplían los preceptos de la ley mosaica, y siempre eran sospechosos de ser ladrones y mentirosos); los “magos” eran los menos apropiados para guiar a otros a la adoración, ya que venían de fuera, eran extranjeros y nada conocedores de los conflictos internos de los judíos y, por ello, podían ser fácilmente manipulados e instrumentalizados por los poderosos; y ahora son dos ancianos, cercanos a su muerte, los llamados a anunciar a todos que el Mesías esperado ya había venido. No fueron los sacerdotes los que recibieran esa encomienda, ni los religiosos fariseos, ni los racionalistas saduceos, ni los patriotas celotes, sino dos ancianos que esperaban, en oración y ayuno; dos ancianos que confiaban en las promesas de Dios. En un reciente artículo aparecido en el número de diciembre de la revista ALANDAR, firmado por Dolores Aleixandre, se les llamaba “los mutantes de Dios”, porque habían “mutado” con la contemplación del niño. Sí, Dios, con sus “mutantes”, subvierte nuestras normas y principios (literalmente, las rompe, las trastorna) para hacer prevalecer las suyas, para que reconozcamos las suyas. ¿No reconocemos en estas acciones de Dios las palabras del apóstol « Y es que, para avergonzar a los sabios, Dios ha escogido a los que el mundo tiene por tontos; y para avergonzar a los fuertes ha escogido a los que el mundo tiene por débiles.» (1Co 1:27) ?

¿Y NUESTRO SUEÑO? ¿Y NUESTRA VISIÓN?

Simeón y Ana pasaron una gran parte de sus vidas en el Templo esperando la manifestación de Dios. Esperaron con ayuno y en oración, esperaron en quietud y reposo, con todos los sentidos en alerta para ver y reconocer la manifestación del Mesías cuando este llegara. Y lo vieron, lo reconocieron. De nuevo en contra de toda lógica y planteamiento humano. No lo reconocieron en la grandeza ni en el boato, no en la fortaleza ni la alcurnia; lo reconocieron en un niño nacido en el seno de una humilde pareja y que iba a ser presentado en el Templo como cualquier otro niño. Simeón y Ana no se dejaron engañar por las apariencias, ni se dejaron llevar por las ideas preconcebidas de la “ortodoxia” del momento; simplemente esperaban la manifestación del Mesías, confiados únicamente en la dirección del propio Espíritu de Dios, y atentos a los signos y las realidades de Dios. Y sus sueños fueron realizados, sus esperanzas cumplidas.

¿Y nuestro sueño? ¿Esperamos algo de Dios o ya nos hemos conformado con que “nuestro mundo es como es”? ¿Tenemos un sueño que podamos ver cumplido o, por el contrario, ya no somos capaces de esperar nada? Más aún, ¿seguimos soñando o hemos visto cumplido lo que esperamos?

Ana, que había pasado largos años en el Templo en oración y ayuno, deja su reclusión para anunciar a todos lo que había visto. Ya no es tiempo de ayunos, ya no es tiempo de quietud y reposo esperando al Mesías, ahora hay que anunciarlo y hacerlo visible a todos.

¿Hemos visto al Mesías? ¿Reconocemos la presencia del Salvador entre nosotros? ¿O seguimos esperando, entre ayunos y vigilias, a que el Mesías se nos haga presente? Si, como Simeón y Ana, somos capaces de reconocer al Mesías en la pequeñez del niño que se presenta en el Templo, en la sorpresa de lo cercano, entonces ya no estamos en el tiempo del ayuno (leer Lc 33-39). Se acabó el tiempo de espera, ha comenzado el tiempo de ver realizado el sueño y de compartir la visión.

Los poetas tienen el don de transmitir ideas con la belleza de las palabras. Os dejo un poema de Miquel Martí i Pol, uno de los grandes poetas de la actualidad, fallecido en 2003, pero presente en sus poemas.

AHORA MISMO
Ahora mismo enhebro esta aguja
con el hilo de un propósito que callo
y empiezo a remendar. Ninguno de los prodigios
que anunciaron taumaturgos insignes
se ha cumplido, y los años pasan deprisa.
De poco a nada, y siempre con el viento de cara,
qué largo camino de angustias y silencios.
Y estamos donde estamos, más vale saberlo y decirlo
y plantar los pies en la tierra y proclamarnos
herederos de un tiempo de dudas y renuncias
en que los ruidos ahogan las palabras
y con muchos espejos medio deformamos la vida.
No nos sirve de nada la añoranza o la queja,
ni el toque de displicente melancolía
que nos ponemos por jersey o por corbata
cuando salimos a la calle. Tenemos apenas
lo que tenemos y basta: el espacio de historia
concreta que nos toca, y un minúsculo
territorio en que vivirla. Pongámonos
de pie otra vez y que se escuche
la voz de todos solemnemente y clara.
Gritemos quiénes somos y que todos lo escuchen.
Y al acabar, que cada cual se vista
como bien le plazca y ¡a la calle!
que todo está por hacer y todo es posible.

Tenemos por delante todo el año 2006 para, vestidos como bien plazca a cada uno, gritar con voz solemne y clara el mensaje del Salvador para las personas de hoy, para los problemas de hoy, ante los retos de hoy, frente a las peguntas de hoy.

¡Ánimo y adelante! que todo está por hacer y todo es posible.

FELIZ AÑO 2006, AÑO DE PROCLAMACIÓN Y ESPERANZA.

David Manzanas (Alicante, España)
alcpastor@iee-levante.org

 


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