Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 18° Domingo de Pentecostés. Fecha: 18 de septiembre de 2005
Texto según LET serie A: Mateo 20, 1 - 16 por Sergio Schmidt
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Título: La justicia con otros ojos.

Apreciada Comunidad:

En verdad, Jesús sabía contar parábolas. Jesús debió tener ese carisma especial de captar la atención de las personas. Daba ganas de escuchar a Jesús. No sólo por el hecho de la forma en que hablaba, sino también por su contenido. Todos los ejemplos de Jesús, sus parábolas, refranes, etc, eran sacados de la vida cotidiana, esa vida cotidiana de la cual todos somos parte y todos conocemos archi de memoria, como se suele decir.

La parábola que acabamos de escuchar, es un claro ejemplo de todo esto. Veamos un poco.

1º) La parábola refleja al detalle como era la situación de Palestina en la época de la recolección de las uvas. Las uvas maduraban hacia mediados o fines de septiembre, casi cuando comienza la época de lluvia. Esto implicaba que la recolección de las uvas había que hacerla rápido, dado que las lluvias podían arruinar dicha cosecha. En otras palabras, la vendimia se realiza contra reloj. Es por eso que se necesitan la mayor cantidad posible de empleados, aunque solo puedan trabajar una hora.

2º) Los hombres de la plaza no eran vagos que no querían trabajar. La plaza era como una bolsa de trabajo. Los hombres iban allí para que se los contratara -por eso el dueño de la viña va tantas veces a dicha plaza-. Si nadie los contrataba al final de día no iban a tener el dinero para sostener a sus familias.

3º) Un dato real que debemos resaltar es el que nos dice que estuvieron desde las seis de la mañana hasta las cinco de la tarde para que los contrataran refleja, de manera elocuente, la gran necesidad de trabajo que tenían dichas personas.

4º) Ahora bien, el problema viene cuando viene la hora de recibir el pago por el día de trabajo. El dueño de la viña comienza por los últimos ¡y encima los que trabajaron todo el día reciben lo mismo que los que trabajaron todo el día!

5º) Las palabras finales del dueño de la viña, son el meollo de toda la cuestión de la parábola: no es una injusticia; es otra clase de justicia. Justicia a la manera de Dios.

Esta parábola es una de las más lindas y elocuentes que haya contado Jesús, pero, a la vez, tiene una verdad que sabe penetrar en el corazón mismo de la fe cristiana y nos recuerda cinco cosas muy importantes a tener en cuenta por nuestras comunidades hoy:

1º) La comunidad cristiana no es como la medicina prepaga, en dónde se valora y se premia la antigüedad. Muchas veces, las personas porque son miembros antiguos, pretenden tener más prerrogativas que los recién llegados o los nuevos.

Todos somos iguales ante Dios. Para Dios, la antigüedad no siempre implica honores.

2º) No cabe duda que esta parábola tiene un gran consuelo: Dios nos ama a todos por igual. No importa si siempre fuimos cristianos y nos convertimos de adultos o de viejos. Todos los cristianos, sin distinciones de honores, raza o color, todos seremos recibido de la misma manera por Dios.

Jesucristo nos espera a todos con los brazos abiertos. Pregunta: ¿se puede vivir esto en nuestras comunidades?

Esto también es válido para el ecumenismo: todas las denominaciones de las iglesias cristianas van al mismo cielo. A Dios gracias, el cielo no está particionado. DIOS NUNCA DIRÁ: “¿vos sos católico? Vas a la nube nº 4; vos protestante, nube nº 6. ¿Pentecostales? Nube nº 3, etc,”

Es un gran consuelo saber que, en Dios, somos realmente uno. En Dios se acaban las diferencias, los prejuicios, las divisiones, los partidismos, las fracciones, las discordias, las ideologías tan reductoras de la realidad y que tantas muertes han provocado.

En Cristo somos realmente uno. ¿Lo podemos vivir realmente esto en nuestras reuniones y celebraciones inter-confesionales?

3º) Esta parábola nos habla de la infinita compasión que Dios nos tiene. En la parábola, el dueño de la viña sabía muy bien que las personas que llegaron últimos necesitaban ese dinero para mantener a sus familias. El dueño de la viña los comprende y los entiende muy bien.

La perfecta ecuanimidad no implica justicia, menos aun fraternidad o comunidad.

4º) De lo anterior podemos ver la generosidad de Dios. No todos trabajaron por igual, pero todos recibieron la misma paga. En otras palabras: todos servicio que realizamos por amor a Jesucristo y a nuestros prójimos, tiene el mismo valor para Dios. No importa la cantidad, sino la calidad. A veces lo poquito del pobre vale más que lo mucho del rico. ¿Por qué todo esto? Porque lo más importante es con el espíritu con que hacemos las cosas. Lo que Dios nos da, nos no da del corazón, es un regalo.

En fin, una persona que se dice cristiana, pero constantemente está mirando la paga que –supuestamente- va a recibir de Dios, no es realmente cristiano, a lo sumo, su cristianismo es un mero rótulo más.

5º) Dios nos da por gracia. No podemos reclamar a Dios. No podemos, bajo ningún punto de vista, pensar que nos merecemos lo que recibimos de Dios. Sería ridícula la pobre pretensión –muy humana por cierto- de hacerlo a Dios deudor nuestro. Lo que Dios nos da, todo lo que Dios nos da, no es a modo de pago, es un don; no lo podemos llamar recompensa, es un regalo.

En fin, todo lo que viene de Dios es gracia. Nunca perdamos esta perspectiva. Amén.

Sergio Schmidt
Pastor
Buenos Aires
breschischmidt@telecentro.com.ar

 

 


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