Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

11º Domingo después de Pentecostés, 31-7-2005
Texto: Mt 14,13 -21, Cristina Inogés
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

Nuestro mundo y nosotros

En algunos aspectos nuestro mundo actual, no es tan diferente al que vivían nuestros antepasados en tiempos de Jesús. Gracias a Flavio Josefo y sus “Antigüedades Judías” podemos conocer las penurias que padecían los habitantes de la Palestina de la época más o menos anterior y posterior a Jesús. La riqueza se condensaba en unas pocas manos, como hoy; parte de la población padecía hambre crónica, como hoy; quien no disponía de la moneda de menor valor para comprar no existía, como hoy; el agua era un bien escaso y controlado, como hoy.

Es verdad que nuestro mundo y su avanzada tecnología posee la capacidad para generar recursos para todos los habitantes del planeta, el problema es que esa avanzada tecnología solo está al servicio de los poderosos que, por regla general, la emplean en aumentar sus ya muy crecidos recursos.

Peculiaridades del texto

Hay varios aspectos en este texto que deberían llamar nuestra atención. La primera es que se rompe el esquema de los relatos de milagros. Jesús no acude a la necesidad de la gente como suele hacer, sino que “remite” el problema a los discípulos dadles vosotros de comer, dice como si él no tuviera nada que decir.

La gente tampoco pide ayuda directamente como suelen hacer los necesitados en los relatos de milagros, y ni siquiera los discípulos piden una acción de Jesús y, como se sienten desbordados ante esa realidad, aportan la solución que creen más apropiada, despide a la gente para que se vaya a las aldeas y se compre comida.

Llegado el momento Jesús pronuncia la misma bendición que cualquier día, en cualquier comida. Todo es diferente en este relato, ¿por qué?

Nosotros somos el milagro

La actitud de los discípulos queda perfectamente clara: No se puede comprar comida, ni hacer nada. Lo mejor es que cada uno se busque la vida.

La actitud de Jesús es sorprendente, porque no habla ni de comprar, ni de “multiplicar”. Habla de dar, compartir, poner en común, incluso entre líneas habla de “dividir”. Simbólicamente se nos dice que solo tenían cinco panes y dos peces, es decir que no había mucha comida. Pero lo importante no es la cantidad, sino la calidad del corazón, la calidad del gesto.

Lo que Jesús hace es darnos la oportunidad de que nosotros seamos los artífices del milagro. Dios, que nos tiene en sus manos siempre, nos da la oportunidad de poner las nuestras al servicio de los hermanos más necesitados que no siempre están lejos. La mayoría de las veces son nuestro prójimo más próximo y no necesitan más que aquello que podemos darles; ni heroicidades, ni situaciones límite. Sólo aquello que llevamos encima para cuidarles y protegerles y alimentarles.

Solo nosotros seremos el milagro de Dios para mucha gente si seguimos la indicación de Jesús: dadles vosotros de comer. No habrá problemas con el agotamiento de la tierra, ni peligro de llevar al límite los recursos del planeta porque comieron todos hasta hartarse y recogieron doce canastos llenos de trozos sobrantes.

Una vez más y, en esta ocasión con toda claridad, Jesús no le pide a Dios que obre el milagro, sino que nos invita a que actuemos como Él, dando y entregando lo que tenemos.

Todo un reto el que lanza Jesús en el evangelio que hoy nos ocupa a una sociedad, de la que formamos parte, y que está más preocupada en consumir que en repartir; más preocupada por hacer régimen para conservar la línea que en compartir los alimentos; más preocupada en producir para su beneficio que en producir para dar.

No olvidemos que no se trata solo de dar comida para hoy, sino en promover los cambios necesarios para generar una limpieza de las estructuras porque no se trata de condonar deudas, sino en dejar que los países pobres no sean presa de las multinacionales y que sus riquezas naturales no sean fruto para las codiciosas manos occidentales.

Y no olvidemos tampoco la dimensión espiritual del hombre, de la que también somos responsables. El alimento genera vida, pero vida pasajera. El amor con el que se cubren esas necesidades, las actitudes que se adoptan para acercarse a los más necesitados, comunican una vida que no es pasajera y llevará a los hombres al descubrimiento de una realidad mucho más intensa y definitiva que la que vivimos en nuestro ahora.

El amor de Dios se hace presente en nuestras vidas de muchas maneras, hagamos que estas vidas nuestras sean signo del amor de Dios para todos aquellos que necesiten cinco panes y dos peces, porque tenemos dos maneras de emplear la vida: una pensando que nada es milagro; la otra creyendo que todo es milagro.

Cristina Inogés. Zaragoza - España
crisinog@telefonica.net


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