Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 5° Domingo de Pentecostés. Fecha: 19 de junio de 2005
Texto según LET serie A : Mateo 10. 26-33 por Felipe Lobo Arranz

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


A quien debemos temer

Queridas hermanas y hermanos, amigos…

Que el amor del Padre, la comunión del Hijo y el auxilio del Espíritu Santo estén hoy con todos nosotros.

El tema que tenemos ante nosotros hoy tiene una gran importancia en nuestros días, tanto como lo tuvo en el pasado histórico de la Iglesia: El miedo a la gente, la gente que se opone al Evangelio que quiere correr y la gente que ridiculiza o ningunea a quienes lo viven. El miedo es libre. No hay puertas para el miedo. Hay miedo para todos y de todas clases, sin embargo éste tiene su fundamento en la psique humana y para nuestro desarrollo y protección, nos pone en aviso y activa los instintos hasta alturas insospechadas, hace que vayamos cada día a trabajar y que produzcamos, hace que cuidemos y retengamos lo que amamos y a las personas que amamos, el miedo nos pone en guardia ante las adversidades y las voracidades de otros en la vida, es eso que no sabemos qué es, pero que esta tras la puerta de una decisión, de una experiencia desconocida o de la certeza de sufrir consecuencias por una acción distinta a la que se espera de nosotros. Lo único que puede perjudicarnos es cuando ese miedo se vuelve crónico y nos lleva al desaliento, la enfermedad y a la renuncia, cosas que Cristo quiere que evitemos.

Todos nos medimos ante el poder sugestivo del miedo sea de vez en cuando o cada cinco minutos. Ricos y pobres temen. La cuestión que plantea el Evangelio a la Iglesia y al mundo de hoy es: ¿A quien se debe de temer de verdad?

En la vivencia de la fe se nos plantea el miedo debido a tres cuestiones, la primera es: ¿podemos decir sin miedo que lo que creemos y vivimos como cristianos es una verdad digna de vivir, defender y anunciar a cualquier precio?, la segunda es si: ¿merece la pena dar y gastar parte de nuestra vida y talentos en el proyecto de Cristo, con los sacrificios que eso implica, sin miedo a ser detestados, incomprendidos, segregados o incluso muertos por persecución?, la tercera es si: ¿Dios valora nuestra persona lo suficiente como para cuidarnos y sostenernos con vida en el compromiso con Él?

Estas preguntas que nos hacemos tienen su respuesta por boca de Jesucristo, nuestro Señor, en medio de la “persecución generalizada”, las recriminaciones y el abandono que vive la Iglesia en nuestro entorno social.

No tengamos miedo, la verdad siempre triunfará ante los hombres.

Cristo nos alumbra con dos evidencias: Primeramente, el Evangelio es una pequeña semilla, demasiado pequeña como para ser vista y conocida de todos. La segunda es, que nada hay en el mundo que permanezca oculto demasiado tiempo y menos si se es capaz de proclamarlo de forma pública.

En el tiempo de las palabras de Jesús era una realidad la pequeñez de la comunidad de los discípulos, pocos, sin influencia social en su mundo y tratados por las posturas tradicionales religiosas como unos cuantos iluminados que no llegarían a mucho, no era un grupo que supusiese con su protesta ninguna amenaza para nadie. Sin embargo no se quería correr riesgos innecesarios y se hacía lo posible para apagar esta llama. Jesús alienta a los suyos hablándoles de la importancia de pensar que esta luz merece la pena no tenerla oculta. El dicho conocido de que la ‘la mayoría no siempre tiene la razón’ estaba a punto de demostrarse, pues la verdad misma, la realidad que cae por su mismo peso es tan probable que resalte, tarde o temprano, tan ciertamente como lo es la ley de gravedad. El mensaje cristiano era lo suficientemente claro, contundente y de ley, que sólo el tiempo se encargaría de ponerlo en su sitio. No tener miedo de la gente es la consecuencia del que lleva al final la razón, por mucha oposición que se demuestre, por muchas dificultades que se les impongan o por los obstáculos del camino que se encuentren. Con todo esto, el mismo Señor, nos encomienda y recuerda que el Evangelio nunca muere por oposición o por su persecución, sino por el olvido de los que lo profesan.

Por causa de este tipo de olvido, Él mismo nos dice que lo retengamos vivo, como si de una vela o candil se tratara, con el mismo celo con que lo hacían los sacerdotes del Templo de Jerusalén, quienes impedían que los candelabros se apagaran, haciendo de ellos una llama eterna, aventada por los siglos. Esta forma de aventar y no olvidar la llama del Evangelio al mundo era el mensaje a proclamar desde las azoteas por todo él. Jesús sabía que las palabras y promesas encerradas en su mensaje jamás defraudarían a quienes lo recibieran en sus corazones, en sus pueblos y en la forma de vida, era suficiente sello de calidad y de fiabilidad para el mundo entero, como para que fuera tenido en poco. Desde la confianza de saber que lo que tenemos es lo mejor, en boca del apóstol Pedro: ‘… la palabra profética más segura…’(2º Pedro 1.19), es que se nos anima a darlo a todos sus herederos, nada de pequeños grupos, nada de exclusivismos, sino al mundo entero al que vino para dar vida y auténtico bienestar.

Realidades estas que deben hacernos considerar a la Iglesia de hoy que no debemos olvidar lo que se nos ha dado, sino proclamarlo sin miedo, pues ninguna de las palabras que son dichas por Jesucristo, en ningún momento nos dejarán como mentirosos, sino como testigos verdaderos del amor de Dios. La iglesia de hoy no ha de tener miedo de los hombres que se mofan del Evangelio, ni tener miedo a ser minoría incomprendida, pues es cuestión de tiempo que las circunstancias cambien, si no lo olvidamos de vivir y de compartir en nuestro entorno íntimo, nuestro alrededor y más allá.

Sí, podemos decir que creemos que vivir el Evangelio es digno de nuestras vidas a cualquier precio, podemos decir que el mensaje es digno de ser proclamado, digno de llevarlo con honor ante los hombres y mujeres del mundo, sin duda y sin miedo a profesarlo públicamente.

No tengamos miedo, no pueden matarnos.

Muchos de nuestros compañeros y compañeras, cristianos todos, han dado su vida literalmente en la proclamación de las grandes verdades del Evangelio a través de los siglos. Muchos testificaron con su martirio en muchos lugares del mundo. El cristianismo no necesita mártires que mueren, sino otro tipo de mártires, el de la vida consecuente y honesta con los principios de nuestra fe en Cristo. Ante esta afirmación hemos de decir que no somos llamados a ser ‘kamikaces’ de la fe, ni el cristianismo busca el sufrimiento propio como forma de redención, pero nos encontraremos ocasiones en las que confesar la fe nos pondrá en aprietos delante de los hombres, a los que –recordamos- no hay que tenerles miedo. Hoy no nos matan en lugares donde hay libertad religiosa, pero no hay que obviar los cientos o miles de casos que hoy día sufren de falta de libertad religiosa y que pierden sus vidas en pleno comienzo del siglo XXI. Nuestro contexto no es este, pero a menudo nos topamos con personas intolerantes o simplemente, que no conocen el Evangelio y que ven en nosotros seres amenazadores de la moral imperante, o desprecio por vernos anticuados o por protestar con la razón y la verdad en la mano ante un mundo que desea hacer una política obscura, entonces somos mal mirados y mal considerados. Y esto, queridos amigos, es lo que a muchos hoy en día les impide abrazar la fe y estos mismos son los que nos dan ‘miedo’ a la hora de manifestarnos y vivir como cristianos. El efecto curioso es que entonces, cuando somos conscientes de que nuestra ‘reputación’ personal puede estar en tela de juicio ante los demás, descargamos una cortina de humo y nos perdemos en la forma de vida y de pensar de la masa. A este tipo de miedo se refería también nuestro Señor. Miedo que hemos de superar con fortaleza y valentía: ‘… si alguno me sirviere mi Padre le honrará’ (Juan 12. 26), ‘Dichosos vosotros, cuando la gente os insulte, os maltrate o diga toda clase de mal contra vosotros mintiendo. ¡Alegraos, estad contentos, porque en el cielo tenéis preparada una gran recompensa! Así persiguieron también a los profetas, que vivieron antes de vosotros’ (Mateo 5. 11-12).

Por eso, Cristo nos invita a no tener miedo de los que nos pueden mirar mal o considerar mal en un momento dado o tener miedo de los que nos puedan quitar la vida, solamente, sino de Dios. Temer a Dios, por encima de todo. Respeto y confianza en el que nos da la vida terrena y nos da la vida eterna en Cristo en Gloria. Señor de nuestras almas y del destino de nuestros cuerpos. No es el hombre, recalca el evangelista Mateo en boca de Cristo, quien tiene la última palabra sobre nuestros destinos, sino Dios. A éste y solo a éste temamos con reverencia y obediencia a su Palabra.

Hoy necesitamos este tipo de cristianos, a quienes no les importe, cualquiera que sea su posición en la sociedad, ser identificados con la fe de Cristo, gente fuerte, gente que ama la verdad y la justicia con misericordia. Necesitamos héroes y heroínas que vivan sencillamente el Evangelio delante de su generación de forma convencida, valiente y esforzada. Gente con fuerza interior suficiente como para que no sean movidas de sus convicciones y que a su vez sí sean capaces de influenciar activamente a la sociedad a seguir a Jesucristo, gente que se supera a sí mismos en el deseo de vivir y experimentar a Dios y con su prójimo sin miedo a ser defraudados, con el espíritu que Stefan Zweig comentaba: “Sólo las naturalezas débiles renuncian y olvidan, mas las fuertes no se acomodan y desafían en combate hasta llegar al más poderoso destino”.

Sí, merece la pena dar la vida y nuestro tiempo, hoy mismo, por el Evangelio de Cristo, aunque suponga no ser bien vistos por eso. No tenemos miedo de lo que pueda hacernos el hombre.

No tengamos miedo, tenemos demasiado valor para Dios.

Llegando al final de las palabras de Cristo con respecto a no temer a la gente, se nos viene a la mente la idea de que poco debe amar Dios a los que proclaman su nombre cuando permite que suframos este tipo de desaires y amenazas por parte de los que se suponen son sus ‘enemigos’ y los nuestros: ¿por qué si es Dios tan todopoderoso deja que sus hijos puedan verse en esta posición de desprecio o agredidos?, ¿acaso Dios no nos ama y valora?, ¿Por qué no nos venga y protege de nuestros miedos?, ¿por qué no se hace presente con algún milagro o aparición y nos libera de los males de este mundo y de los hombres?

Interesantes cuestiones que son respondidas de una manera considerada y cariñosa por parte de Cristo: ‘no os entrego porque no tengáis valor para mí, en absoluto, ninguno de vuestros dolores pasan desapercibidos para mí; valéis mucho, lo sois todo para mí’ con esta traducción del texto parafraseado nos viene a decir que entiende nuestro miedo, tenemos derecho a quejarnos, pero de la misma manera que hicieron males a los profetas de Dios en el pasado, de la misma manera estamos expuestos a que nos ocurra, pero la presencia y la protección de Dios en la mayoría de la ocasiones estarán a favor de nosotros en los malos momentos.

Nos consuela saber que Dios no nos trata como a una masa ingente, sino en la individualidad y comprensión plena de nuestros sentimientos de miedo, de dolor, de angustia, de incomprensión de los demás, de necesidad. Podemos tener miedo, pero no podemos dormirnos en él, no nos puede dominar hasta paralizarnos en el testimonio y como Iglesia que protesta en este mundo. La imagen de los pajarillos que se vendían para los sacrificios del templo por dos monedas -bajo precio para un sacrificio- o de la idea de ser conocidos hasta en el detalle de haber sido contados todos nuestros cabellos, sabiendo cuando se cae uno al suelo, nos da la idea reforzada de lo anterior, Dios conoce el misterio de nuestras almas y nos valora como a hijos e hijas suyos, esta a los mandos de nuestras vidas, no se duerme, no se despista en la difícil tarea de ser testigos en este mundo- profesión de riesgo en estos tiempos- pero, que nos afirma en la realidad y el camino al que hemos sido llamados, no lo olvidemos, llamados fuera para este cometido de no olvidar y de encarnar el Evangelio de Dios, las más buenas noticias que el mundo pueda recibir, en compañía con Él mismo.

No tengamos miedo de la gente. Tenéis un inmenso valor para Él.

¡Proclamamos, sin miedo, que su Palabra nos da valor y que sólo tememos a Dios!…

Amén.

Pastor Felipe Lobo Arranz
Callejón del Pretorio, 11, 18008-Granada- España
loboarranz@ya.com

 

 


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