Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el Domingo de Trinidad , 22 de mayo de 2005
Texto según LET serie A: Mt 28, 16 - 20, por Pedro Zamora

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


¡Ah, la Gran Comisión! Es la exclamación que me vino a la mente al ver la lectura bíblica del leccionario. Es un texto sobre el que se ha hablado y escrito mucho, y sobre todo es un texto sobre el que se han escrito las páginas más bellas de la historia de la iglesia cristiana, al igual que las más tétricas. Sí, por la Gran Comisión muchos mártires de todos los siglos han dado testimonio de lo que es la esencia de la fe; y por la Gran Comisión se han movilizado recursos humanos y materiales ingentes para someter a pueblos enteros. Cierto, esto último no era en cumplimiento real de la Gran Comisión sino de los intereses imperiales de turno; pero ahí está ese nexo entre “potestad” e “id y haced discípulos a todas las naciones” que parece dar apoyo a una expansión de la fe empleando, si fuera necesario, medios coercitivos.

¡Ah, la Potestad de Cristo! ¿Cómo puede el Cristo Resucitado haber recibido “toda la potestad” en el universo entero, si los reyes y mandamases de este mundo poco o nada tienen que ver con el crucificado? Es más, ¿cómo puede alguien que detenta autoridad mandar “hacer discípulos”? ¿Qué autoridad desea tener discípulos? ¿Será que esto de la potestad de Cristo nada tiene que ver con el poder o la autoridad? Pues será, porque los seguidores de esta autoridad que llamamos Cristo son discípulos; o sea, personas que libremente han decidido responder a su llamamiento. Por eso, me gustaría traducir Mt 28,18b así:
toda libertad(1) me es dada en el cielo y en la tierra

Cristo, recapitulación de todas las libertades, de la libertad. Y porque Cristo es el valedor de la libertad, merece la pena ir por el mundo anunciando ..... ¿Anunciando? No, no dice anunciando, sino “haciendo discípulos”. (Son Marcos y Lucas quienes hablan de “predicar”). Cristo no decreta sólo la libertad del ser humano; no proclama sólo sus derechos de libertad. Por el contrario, Cristo desea formar por entero a la persona en su libertad. Cristo pide de sus seguidores que se entreguen en cuerpo y alma a la formación de los demás, y que al hacerlo lo hagan en la libertad del discipulado que nunca obliga, sino que convence; la libertad del discipulado que invita a otros a seguir nuestro camino, y que por tanto camina con quienes aceptan la invitación.

¡Ah, el discipulado! ¡Qué poco práctico y efectivo! ¿Cómo podemos “alcanzar” a todas las naciones si tenemos que entregarnos en cuerpo y alma a personas particulares? ¿Acaso no es mejor emplear la multitud de “métodos evangelísticos” que pululan por las congregaciones u organizaciones para-eclesiales? Quizás sí sea posible “alcanzar” a las naciones si por este verbo entendemos “llegar a tocar, coger o poseer”, que a fin de cuentas es su acepción habitual. Pero Cristo no desea “alcanzar” a las naciones, sino que literalmente pide: “discipulad a todas las naciones”. ¡Qué ingente tarea nos coloca el Señor delante! pues no es poca cosa discipular a naciones enteras, persona a persona (en efecto, discipular siempre conlleva, se entienda como se entienda, una relación personal más estrecha que el mero –y horrible—“alcanzar”).

Pero lo cierto es que no creemos en el poder de lo personal, de la relación estrecha, de la entrega mutua, aspectos estos que se producen en el ámbito de la intimidad y no en el ámbito más público o visible. Creemos en este ámbito de la intimidad sólo para el matrimonio, la familia o la amistad; pero no nos sirve para el resto de esferas humanas, y menos para “evangelizar”. Entregar la vida de uno a un pequeño círculo de personas no cambia el mundo, pues es algo imperceptible que difícilmente aparecerá en los medios de comunicación. Sin embargo, en Mateo hay un argumento de relación inversa de Jesús con las masas y con sus discípulos: mientras aquéllas pasan progresivamente de una gran acogida al rechazo de Jesús, éste va centrando su ministerio cada vez más entre los discípulos. Por eso, no es extraño que ahora haga del discipulado la esencia de la misión.

¡Ah, la Gran Comisión! Tras lo dicho, creo que el calificativo “gran” nos induce erróneamente a pensar en organizar los recursos humanos y materiales necesarios para acometer una empresa global. De hecho, muchas veces las misiones eclesiales o las agencias misioneras piensan que la misión tiene que ver con recursos, y ahí está la historia de las misiones que, en no pocas ocasiones, ha tenido que ir de la mano de poderes comerciales y/o políticos para poder “alcanzar” a naciones enteras. Sin embargo, a mi me hace pensar en la gran comisión de mi vida y de la vida de cada discípulo que debe hacerse maestro dedicado a un círculo de discípulos, ya sea en su propio lugar de origen o en cualquier lugar al que el Señor llame a cada uno. Pero es en la fuerza de la entrega personal, de los lazos estrechos e íntimos, de la semilla hundida en la tierra, donde está el poder. Como decía el sacerdote catalán Carles Cardó, allá por el año 1928:

Entre la multitud de cosas que nos obturan la percepción, hay tres que no tienen importancia: la pequeñez material, el fracaso del momento presente y la falta de altavoz.

Que la pequeñez material no tiene importancia –y por tanto tampoco la grandeza— lo avalan hechos de todo tipo. En primer lugar el grano de mostaza del Evangelio. ¿Lo recordáis? [...] Ser pequeño no tiene importancia cuando se guarda en las entrañas un espíritu capaz de magníficos despliegues. Lo que tiene importancia es la tendencia vital a crecer o decrecer. No sólo la adolescencia o la juventud, sino incluso la infancia es más interesante que una grandeza material encorvada por el peso de una decadencia irrefrenable. [...] San Agustín veía el caos primitivo fecundado por miles de razones seminales. Bien podríamos elevar esta bella intuición al orden del espíritu, y contemplar el mundo humano sembrado de mil turgencias en busca de un brote vital, donde se esconden, en silencio adorable y formidable simplicidad, una palabra nueva, un espíritu inédito, un ideal nonato, todos ellos preñados de las más imprevisibles eficacias.

(La nit transparent, págs. 205-8)

Para mí, el discipulado al que somos llamados es esta labor callada pero vital que lleva en sus entrañas la fuerza de la historia, “hasta el fin del mundo”.

Pedro Zamora, El Escorial, España
pedro.zamora@centroseut.org

(1) El término griego exousía nos permite esta traducción.


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