Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el Domingo de Pentecostés , 15 -05 2005
Texto: según LET serie A: Jn 20,19-23. Por: Cristina Inogés

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

Tarea de la Iglesia naciente

Jesús invitó a sus apóstoles a que fuesen testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta el confín del mundo (Hch 1,8). Jesús mandó a la Iglesia a anunciar la Buena Noticia de salvación a todos los hombres y mujeres. La Iglesia no debe quedarse callada. El evangelio debe ser propuesto a todos. Jesús invitó también a sus discípulos a vivir de tal manera que pudieran ser reconocidos como seguidores suyos, siendo la caridad el signo más distintivo (Jn 13,35).

La Iglesia primitiva fue enviada al mundo que todavía no conocía a Jesucristo, ni su mensaje para la humanidad. La Iglesia debía encontrar personas de varias religiones y culturas. No todas recibirían el mensaje del Evangelio, ni abrazarían la fe en Jesucristo. Su libertad debía ser respetada. Aún más, los cristianos fueron invitados a entrar en diálogo con otros, llevando el testimonio de Jesucristo y del Espíritu que los guiaba.

En el texto de Juan no hay “efectos especiales” de fuego, viento o nuevas lenguas habladas. Hay sencillamente tranquilidad, serenidad y decisión. Fue sentir que era el momento, aceptar la misión y comenzar a caminar.

El Espíritu hoy

Hoy nos paraliza la comodidad y tal vez, sin proponérnoslo, pretendemos que el Espíritu venga a nosotros haciendo Él todo el trabajo. Es el momento de salir a su encuentro, de mirar dónde se manifiesta.

¿Por dónde empezamos? Pues por Jesús, sin duda alguna. Toda su vida es una manifestación del Espíritu. Lo que tenemos que aprender es a reinterpretar el don del Espíritu.

Espíritu de NOVEDAD. Si prestamos atención a la vida de Jesús, podremos ver como en ella hay mucha diferencia entre el inicio y el final. Es un cambio radical el que se produce. No es lo mismo Galilea que la Cruz. Dios es Abba pero también Dios misterio. Jesús fue descubriendo la novedad del Reino y aprendiendo a hacerla realidad. En su vida hay espíritu de novedad porque está la novedad del Espíritu.

Espíritu de LIBERTAD. Jesús relativizó muchas cosas (algunas de las cuales hemos vuelto a encumbrar nosotros). Jesús respeta la libertad de todos y la libertad es para defender todo aquello que promocione la dignidad del ser humano. Lo que nos quiere decir es que en cualquier situación, hay libertad de hacer el bien. En su vida hubo libertad total, porque el Espíritu tenía espacio para actuar.

Espíritu de DISCERNIMIENTO. Discernir es un punto esencial en la vida de Jesús. La escena de las tentaciones es la evidencia gráfica que nos muestra que Jesús, estuvo ante Dios para discernir cómo ser Mesías. No se trata de superar tentaciones, se trata de decir aquí estoy y ahora ayúdame a ver qué y cómo lo tengo que hacer. Jesús pudo hacerlo porque su espíritu estaba abierto al discernimiento y el Espíritu fue su consejero.

Espíritu de ORACIÓN. Tenemos la costumbre de presentar siempre los tiempos de oración de Jesús, como aquellos que se desarrollan a solas, de manera apartada. Es cierto que hay muchos ejemplos que así lo demuestran, pero la vida de Jesús fue oración en sí misma. Oración de proximidad, de ternura, de acogida, de escucha, de alegría, de tristeza. Jesús nos enseñó que la oración no se debe ni se puede separar de la vida. Es oración personal pero también comunitaria. Jesús nos enseñó que la oración es un signo más de la gratuidad de Dios. El tiempo sin tiempo de Dios. Jesús oraba continuamente y el Espíritu estaba con Él.

Espíritu de VIDA. Yo he venido para dar vida a los hombres, y para que la tengan en plenitud (Jn 10,10). El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,18s). El espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas, nos dice el Génesis (1,2) y vemos que la vida existió. Al dar vida a los demás, Jesús mismo vive. Transmitía espíritu de vida, porque la vida del Espíritu vivía en Él.

Espíritu de VERDAD. Jesús hablaba con la verdad porque era la Verdad. Nunca pidió de los demás algo que Él mismo no pudiera dar o hacer. Actuaba con autoridad frente a la mentira estructural que lo rodeaba, y nos enseñó a hacer lo mismo. En su vida todo era verdad, por que era Verdad. A Jesús no le gustaba el “tal vez”, “probablemente”, si, pero…”. A Jesús le gustaba sí cuando sí, y no cuando no. Su vida fue la gran verdad, porque el Espíritu de Verdad habitaba en El.

Espíritu de AMOR. Ser seres espirituales no tiene nada que ver con pasarnos el día hablando del Espíritu, sino más bien con ser y hablar en el Espíritu. Todas las claves que Jesús nos da para saber cómo tenemos que acercarnos al prójimo (el buen samaritano), o las formas de respetarnos a nosotros mismos (el hijo pródigo), son maneras de manifestarnos el amor de Dios. El amor es el que guía a Jesús y la brújula que nos deja a nosotros. Jesús rezumaba Amor, porque el amor del Espíritu estaba en Él.

Tarea de la Iglesia hoy

Nuestra querida aldea global no es, precisamente, un lugar muy ejemplar. En el mundo se dan toda clase de exclusiones (educación, toma de decisiones, acceso al agua potable…) lo que potencia sobre manera cualquier brote de violencia. En este mundo, la Iglesia, la comunidad de los seguidores de Jesús, debe ser un espacio de acogida donde nadie se sienta rechazado. No es tan complicado, ¿verdad? Se trata de hacer aquello que hizo Jesús: hablar con todos, sentarse a la mesa sin mirar la pureza del interlocutor y anunciar el Reino.

Si la Iglesia quiere ser testigo profético de la acogida, no puede permitir que en su interior las personas se sientan excluidas. Es verdad que el diálogo con quienes no son como nosotros, crea en algunos miembros de la Iglesia miedo y recelo. Esto vivido desde hace siglos ha permitido institucionalizar unas maneras de quitar ese miedo de encima, que han desembocado en la exclusión de los “otros”.

Sacudirse el miedo de encima no es fácil. Posiblemente tenga que ver con vivir la experiencia del Espíritu, aunque las puertas estén cerradas. La búsqueda permanente de la Verdad desde la humildad nos ayudará. El Espíritu Santo nos hace capaces y guía a cada uno a ser testigos, como sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13-14).

En 1968 el Patriarca Ignacio IV de Antioquia pronunció en Uppsala las siguientes palabras:

Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es un apura organización, la autoridad es tiranía, la misión es propaganda, la liturgia es simple recuerdo, y la vida cristiana es una moral de esclavos. Pero con el Espíritu, y en una sinergia indisociable, el cosmos es liberado y gime en el alumbramiento del Reino, Cristo resucitado está aquí, el evangelio es una fuerza vivificadora, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es un Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, y la acción humana es divinizada.

Cristina Inogés. Zaragoza - España
crisinog@telefonica.net

 


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