Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 3. domingo de Pascua, 10 de abril de 2005
Texto según LET serie A: Lc 24, 13 - 35 por Juan Antonio Medrano Cucurella

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Generalmente la fe, en la Biblia, es una actitud de respuesta vital e integral. La fe supone una complejidad de relaciones que no se dejan definir en un sentido único y eso lo poder ver en Hebreos 11. La fe siempre está relacionada con un contenido y queda determinada por él: el evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios. Como contenido que se expresa verbalmente, no pertenece al ámbito informativo (fundamentalmente), sino que se define por la pretensión de transformar el ámbito vital del oyente (la fe viene por el oir) y este ámbito se puede expresar, principalmente, con metáforas como las de la luz, en oposición a la oscuridad; o la ceguera, en oposición a ver. Esta transformación se configura en una manera de vivir y, por tanto, no es extraño que tanto el A.T. como el N.T. nos narre más aquello que ciertos personajes hicieron fruto de haber oído, es decir, se nos narra su respuesta vital.

En el A.T. el acto de fe se expresa con una forma verbal cuya raíz procede del verbo “aman”, que significa “estar seguro”, “fiarse” o “vivir confiado”. Una palabra muy significativa par adentrarse en la fe hunde sus raíces en esta forma verbal y, demás, es una palabra que estamos muy acostumbrados a usar: la palabra “amén” (Este decir si a la promesa de Dios es un elemento interesante para desarrollar. Hay que insistir: Si a la promesa, no tanto a los posibles resultados. No es lo pretender vivir de los resultados que de la promesa). Pero lo que nos interesa es lo siguiente: ¿cómo se llega a pasar de la no fe a la fe?

Recurriremos la lo que algunos han llamado la gran parábola del Nuevo Testamento: la ceguera (un recurso muy común en el evangelio de Juan). Pasar de la oscuridad a la luz; de no ver, a ver. En Lucas 24 se nos narra una situación ocurrida el mismo día de la resurrección de Jesús. Encontramos a los discípulos caminando a Meaux, hablando de lo que había sucedido. Estos discípulos no hablaban sólo de la muerte de Jesús, sino también de las noticias de la resurrección. Parece ser que de lo que se discutía era de la posibilidad misma de la resurrección. El caso es que mientras discutían se les acerca el mismísimo Jesucristo, pero los ojos de ellos estaban velados. Estaban ciegos.

La ceguera presentada como una metáfora, pretende mostrar (no demostrar) que la fe de la que nos habla Jesús, descansa en la confianza en una promesa (podemos tomar textos como el del ciego de nacimiento en Juan 9). Una promesa que estaba siendo cuestionada. El caso es que los ojos de estos personajes estaban impedidos y no podían ver, no podían reconocer a Jesús. Suele darse una especie de juego lingüístico entre “ver” y “creer”, como en el caso de Juan 20.

En el caso de este relato de Emaús, se ilustra el proceso a la fe en el paso que se da del verso 16 (ceguera) al verso 31 (le reconocen, ven). Un proceso que pasa por la confianza en la promesa: Yo estoy con vosotros todos los días. Jesús, sentado en la mesa con ellos, tomó pan y lo bendijo, lo partió y les dio. El contexto es de Santa Cena. Los discípulos, que dudan, le reconocen en el partimiento del pan.

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Ya sabemos que Jesús instituyó una comunidad de mesa y, es posible, que la celebración de la misma, como gesto simbólico, se convierte en una especie de predicación escenificada que nos lleva a la confesión, a reconocer la presencia del Señor (a verle). Justo ahí, cuando le han reconocido, inmediatamente Jesús desaparece. Llegados a este punto, la parábola de la ceguera cobra mayor profundidad: ya no es necesaria la presencia física. Jesús se marcha de la vista de ellos porque ya pueden ver con los ojos de la fe. Los discípulos ya no necesitan demostrar ni demostrarse nada porque han pasado de la oscuridad a la luz.

Hoy día, muchos quieren hacer de la fe una cuestión de resultados y puramente funcional y olvidamos que la fe (abrir los ojos, dejar de estar ciegos) es nada más que fiarse de una promesa. Así se inicia la historia de la fe (podemos considerar a Abraham que se fió de Dios, dijo “amén” a Dios) y así culmina con Jesús: yo estoy con vosotros todos los días. Esta es la presencia que realiza el Espíritu Santo, llevar de la oscuridad a la luz

Juan Antonio Medrano Cucurella, Barcelona
jolipar@hotmail.com


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