Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para Pascua de Resurrección, 27 – 03 – 2005
Texto: según LET serie A: Mt 28,1-10. Por: Cristina Inogés

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Aleluya! ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe (ICor 15,14)

Cómo es la resurrección no lo sabemos, y está bien un poco (o mucho) de misterio en la vida ya que eso, de vez en cuando, nos recuerda que algo se escapa a nuestra intelectualidad y que todo en la vida no es fruto de ella.

Somos poco conscientes, pero en la vida resucitamos muchas más veces de las que creemos. Todas esas etapas que pasamos malas, por las cuestiones que sean, y que nos permiten saborear posteriormente de manera profunda los buenos momentos de la vida, son pequeñas pasiones que evidentemente conllevan resurrecciones.

En estas situaciones, Cristo siempre está con nosotros, pero su presencia, tan peculiar y real, muchas veces se da en la ausencia más total. Y no es que Él se vaya, es que cuánto más cerca lo tenemos, menos lo “vemos” y si no que se lo pregunten a los apóstoles, que lo acompañaron durante toda su vida pública sin entender nada y cuando resucita y no le ven, empiezan a encajar las piezas. Lo mismo que los discípulos de Emaús, que lo sintieron de verdad en la ausencia, tras haber caminado juntos.

Aquí entramos en el misterio más hondo de la fe, porque la comunión más profunda e íntima con Cristo siempre sucede en la ausencia. Hay muchas cosas de la vida pública de Jesús que nos llaman la atención, nos resultan chocantes y todo lo que queramos, pero Él está ahí. Tras la resurrección está, pero ya no hay manera de “verle” y gracias a esa ausencia, paradójicamente, lo podemos tener más cerca.

Inexplicable pero es así. Tampoco sabemos nada de cómo será esa resurrección nuestra. Todas las imágenes que podemos utilizar pueden ser válidas como meras y lejanas aproximaciones a esa realidad que viviremos algún día y que otros disfrutan ya.

Esto no debe llevarnos a no decir nada sobre la Resurrección. Tenemos que anunciar la Resurrección de Cristo de manera que la gente mire y vea, que es muy importante.

Anunciar la Resurrección a creyentes y no creyentes es decirles que Dios sigue de nuestra parte que quiere que nos desarrollemos como personas en igualdad y respeto con la tarea de hacer del mundo un lugar justo y de la Iglesia un signo de la cercanía de Dios.

Es decir que la forma de comportarse Jesús, se ha convertido en el barómetro con que medir nuestro propio comportamiento y la doctrina que transmitimos.

Es decir que los cuerpos de los seres que amamos (y los de todos, pero siempre nos afecta más lo más cercano) están destinados a la vida, a la alegría y que todos brillaron (y brillamos), un poquito ya, en aquel amanecer de la Resurrección de Cristo.

Es decir que si Jesús ha resucitado, todo ha comenzado a crecer hacia la plenitud y pese a los horrores del mundo y de la vida, cualquier logro positivo, por pequeño que sea, es un anuncio de Resurrección.

Es decir que Jesús está, que sigue, que nunca se fue y que anima a todos aquellos que, en cualquier parcela de la vida, hacen lo posible por mostrar los efectos de la Resurrección. Estos efectos tienen de hecho muchas facetas, todas positivas. Es verdad que todos no podemos participar en todas, para eso Dios nos ha dado a cada uno dones diferentes, pero hay una en la que sí podríamos hacerlo aunque se nos ha apoderado tanto el Viernes Santo que nos cuesta vivir, que no sabemos vivir la fiesta, la gran fiesta de la Resurrección.

Me consumo suspirando por los atrios del Señor,
todo mi ser se estremece de gozo anhelando al Dios vivo (Sal 84,3)

Celebramos nuestra gran fiesta. ¡Aleluya, aleluya! Para manifestar algo, hay que sentirlo y sentirlo desde lo hondo de nuestro ser y existir. ¿Podríamos afirmar con rotundidad que en nuestra liturgia de Resurrección estamos celebrando la joi de vivre? La liturgia tiene que cumplir su función principal que es el encuentro en profundidad con el Dios del júbilo.

Todas esas pequeñas resurrecciones que hemos experimentado, nos han causado una gran alegría, incomparable por otra parte, con la alegría de la Resurrección, pero podemos decir que hemos experimentado el gozo y el placer y encontramos la manera de manifestarlo a los demás. Pero con el centro nuclear de nuestra fe, con la Resurrección de Cristo, que es también la nuestra, encontramos cierta dificultad para manifestar la alegría.

Al comienzo del libro de Job, vemos como le pide perdón al Señor por las fiestas que celebran sus hijos, pero tras pasar el su pasión y resucitar, en el epílogo le vemos celebrando una fiesta con un banquete, ¿por qué apartamos nosotros la fiesta de esta gran celebración?

Alguien tachado (tópicamente) de persona poco alegre como Lutero describía el cielo como “el lugar en el que el hombre jugará con el cielo y la tierra, el sol y todas las criaturas” y añadía “y todas las criaturas conocerán el placer, el amor, la alegría contigo y Tú con ellos, incluso corporalmente”(1). ¿Por qué no vivir el cielo aquí, ahora en la tierra y manifestarlo? ¿Por qué dejar el gozo y el placer de la Resurrección siempre para después y no manifestarla ya?

Otro teólogo, Chenu decía que la tragedia de la teología era su divorcio del poeta, del bailarín, del músico, del pintor, del actor… de todos aquellos que participan y nos invitan a la fiesta(2). La fiesta, la alegría… ¡Resurrección!

Gracias a los sermones(3) de Basilio de Cesarea en el siglo IV, sabemos que en la celebración de la Pascua de Resurrección, las mujeres bailaban sobre las tumbas, y sin velo, para manifestar en la comunidad y a la comunidad, la alegría de la Resurrección de Cristo. ¿Dónde hemos dejado la espontaneidad?

Hablamos en voz baja, decimos, muy bajito: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! ¿Es así como buscamos y anunciamos al Dios vivo? ¿Es que no tenemos deseo de Dios? Por Cristo Resucitado, ¡que la ética no nos anule la estética de la celebración!

Decía Joseph de Maestre que la razón solo puede hablar, que es el amor el que canta, y yo añadiría, y le cuerpo el que expresa. Nuestras celebraciones y más en este día tan especial, deben dejar que el cuerpo goce, que se manifieste, que exprese lo que sentimos, porque sentimos la Resurrección, ¿verdad?

Gritemos juntos: ¡Ha resucitado!

Jesús proclamó bienaventurados a todos los desgraciados de la tierra. En Él se cumplen todos los sueños del hombre, porque es el Camino, la Verdad y la Vida y como siempre, no hizo nada para sí sino que resucitó para nosotros. Sabemos que Jesús disfrutaba de la vida y no era reacio a participar de la fiesta.

No le hagamos a Dios esta jugada, porque no estamos celebrando sólo para ahora, celebramos también para el futuro. La Resurrección nos desinstala de la comodidad del día a día, nos abre horizontes dignos de ser explorados, experienciados, comunicados a los demás. A nadie le podremos explicar como fue el hecho de la resurrección de Cristo ni cómo será la nuestra, pero sí le podremos decir que no lo deje todo para el final, que la seguridad del más allá tiene que removernos a vivir aquí de manera plena aceptando los retos, las inquietudes, las esperanzas…

Puestos a mirar, como he hecho anteriormente a lo que otros nos dijeron, miremos a los artesanos de la Edad Media. Ellos representaban la Resurrección de Cristo en sus relieves con un huevo que se rompía, simbolizando el sepulcro que quedaba vacío y la vida que de él salía.

Rompamos el cascarón nosotros y manifestemos la alegría, que quien nos vea, vea que creemos en la Resurrección, que estamos de fiesta, que lo celebramos y lo manifestamos porque de verdad lo sentimos. Y proclamemos juntos: ¡HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!

Cristina Inogés. Zaragoza (España)
crisinog@telefonica.net

 

(1) J. Moltmann, La libertad, la alegría y el juego, Salamanca 1792, 29.

(2) Citado en M. Foxx, Original Blessing, New York 2000, 180.

(3) Homilía 14,1


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