Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Salmos del Tiempo de Cuaresma
Domingo LAETARE, Fecha 6 de marzo de 2005
Una reflexión desde Isaías 66. 10- 12 por Felipe Lobo Arranz
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Recibimos las Sagradas Escrituras como Gracia y don Divino en este día, con alegría y esperanza…

Que la Gracia y la Paz de Dios estén con todos nosotros en esta meditación.

La cercanía de la Semana Santa nos hace invitados de excepción a la reflexión cristiana, con más fuerza si cabe, en torno a la dualidad que el recuerdo de la entrega de Cristo nos produce en la mente y en el corazón: Por un lado, la tristeza por el sacrificio realizado en toda su crudeza; por otro, la alegría de recibir la paz del perdón y la esperanza en compañía de Dios para lo porvenir.

Somos llamados todos a recordar y anunciar lo sucedido a nuestra generación. Esto no es una vanidad repetitiva en boca de un ministro cristiano, sino la expresión afectuosa de la realidad que decimos vivir y, a su vez, la aceptación, como cristianos, de ser memoria y conciencia de esta sociedad, que ve, solamente, en la Semana Santa un periodo de vacaciones más, de huida… y no un tiempo tranquilo y contemplativo de lo que ocurrió en el Pretorio, en el Gólgota y la Tumba de José de Arimatea, como reencuentro con Dios, desde el reconocimiento de nuestros errores y el disfrute de la gracia de Dios en Cristo.

El texto bíblico de hoy nos da la pista sobre el estado mental de Dios y el del pueblo judío, en euforia y dispuestos a olvidar el pasado triste con la alegría y la paz por medio del reencuentro entre ambos, es la historia de un pueblo que se reencuentra a sí mismo con la escatología, en definitiva, un motivo de vivir con futuro: “Alegraos con Jerusalén, gozaos con ella todos los que la amáis; uníos en su alegría todos los que habéis llorado por ella,…”

El texto continúa, leámoslo: “Y ella, como una madre, os alimentará de sus consuelos hasta que estéis satisfechos; porque yo el Señor, digo: Yo haré que llegue la paz como un río sobre ella, y las riquezas de las naciones como un torrente desbordado. Ella os alimentará, os llevará en sus brazos y os acariciará sobre sus rodillas. Como una madre consuela a su hijo así os consolaré yo, y encontraréis el consuelo en Jerusalén”. (Versión Dios habla Hoy, SBU).

El cuadro histórico que da a luz este texto del Trito-Isaías, es el de una Judá que trata de levantar su ánimo tras muchos años de ocupación, dominio y hostigamiento de israelitas, sirios y asirios, estos últimos con más fuerza. La guerra y las deportaciones impidieron la prosperidad y el desarrollo nacional, cultural y religioso de Judá. Pero todo llegó a su final y el pueblo se recobra, los deportados vuelven, los religiosos con el poder, levantan de nuevo el culto con la reconstrucción del segundo Templo en Jerusalén y Dios envía, por medio de los profetas su mensaje de aliento de un futuro mejor, lleno de paz y esperanza.

Palabras de ánimo que tienen y tuvieron su efecto en la moral de los judíos de entonces. El texto nos dirige hacia la realidad del estado de las cosas en aquella región del mundo. Los miles de deportados a la fuerza o como inmigrantes a la superpotencia Babilonia, vuelven con ilusión a la tierra que les vio nacer a ellos o a sus padres. Traen la riqueza obtenida a base de trabajo duro, buena formación, ilusión y recobran la mirada perdida, de los que recuerdan su nación, el pasado lleno de tiempos felices para volver a repetirlos, ya no “… en tierra de extraños…”, como rezaba el salmo, sino como el que se siente en su casa.

Tiempos de reencuentro con las historias de los viejos, de amistades pasadas, de historias de familia, de la fe monoteísta en libertad, de los héroes del pasado, con la tierra y el paisaje que les dará de comer. Redescubrir con curiosidad lo que un día fue para disfrutarla con la alegría propia de los que han encontrado un tesoro que les devuelve a un mejor estado. Esta Nueva Jerusalén, prototipo de todo paraíso imaginable o inimaginable en el cielo o en la tierra, es la nueva esperanza de futuro para Judá. Una Jerusalén, a quien llaman madre, de la misma manera que se llama así a nuestro propio país, devolviendo paulatinamente el sentido de pertenencia, de ubicación, en definitiva, la recuperación de los puntos de referencia vitales para el desarrollo y seguridad de las personas y de las naciones. Con un difícil, pero bendito pasado, y un futuro lleno de esperanza por medio del consuelo de Dios, que a pesar de Jerusalén, no renuncia a ser madre y padre de ellos.

Millones de personas se podrían identificar con lo expresado anteriormente en nuestro mundo de hoy, por ser inmigrantes o ser propios de su país, pero con un sentimiento de desarraigo importante. La sociedad de hoy es una sociedad desarraigada, con pocos principios y los que les quedan, tan débiles que no se sostienen: no sabemos lo que somos, ni hacia donde vamos o nos llevan, no sabemos que será de nosotros el día de mañana, moviéndonos histriónicamente de acá para allá, a veces sin saber porqué… en definitiva todos necesitamos, ante los fantasmas de la inseguridad, volver a disfrutar de las esperanzas e ilusiones de los judíos del texto bíblico.

Este texto de Isaías me recuerda la idea de Tomás Moro en su célebre libro: “Diálogo de la Fortaleza contra la Tribulación”, escrito en su celda de la Torre de Londres entre 1534-1535, de la que saldría para ser decapitado: ‘La tribulación es un medio de llevar al hombre a aquél estado del ánimo en que desea y anhela ser fortalecido por Dios’. En el libro un tío y su sobrino dialogan acerca del tema:

Vincent:- Entiendo bien, querido tío, lo desgraciados que pueden ser quienes ni piensan de esta manera ni desean ser confortados por Dios sino que, sea por pereza espiritual o por una impaciencia enfermiza o por locura, buscan su principal alivio y fortaleza en cualquier otro sitio.

Anthony:- Así ocurre, querido sobrino, mientras se encuentran en tal estado, pero has de considerar que la tribulación es precisamente un medio para sacarles de ese estado. Esta es una de las razones, por las que Dios la envía al hombre, pues aunque el dolor ha sido ordenado por Dios para castigo del pecado, sin embargo, mientras en este mundo concede misericordioso a los hombres tiempo de mejorar, el castigo por la tribulación sirve ordinariamente como medio de enmienda…muchos hombres que en una tribulación leve buscan alivio en los pasatiempos de fantasías mundanas, encuentran esos consuelos tan débiles en una aflicción más grande, que solo entonces son forzados a buscar la ayuda de Dios.”

Un diálogo éste que tiene seis siglos de antigüedad y con mentalidades antiguas, pero no muy desacertados en la necesidad de los hombres y mujeres de hoy, que padecen del desarraigo interior. La humanidad de hoy ha renunciado a mirar hacia arriba o hacia el más allá, se han hecho escépticos, por renunciar a la creencia en Dios y a encontrar la solución para sus dilemas morales y espirituales fuera de Éste y la tribulación, junto a la falta de escatología, de futuro cierto, les llevan a encontrarse perdidos, desalentados, solos, angustiados, culpables y vacíos, sin nada que dar ni entregar a las generaciones futuras. Este es uno de los más graves peligros a los que se enfrenta y se enfrentarán las generaciones presentes y futuras. Sin embargo, pese a la renuncia de mirar hacia fuera, a Dios, la gente busca dentro de sí misma, piensan que solo con el yoga, las filosofías orientales, con seguir una buena dieta saludable, unas ciertas reglas mágicas y de decirse a sí mismos que son los mejores del mundo, se les irán sus males, pero finalmente descubren que no es así. Y ya no saben que hacer. Para estos, la iglesia de hoy les tiene reservado el mejor remedio: seguir el estilo de Judá, volver a encontrarse con Dios y con la fe de sus padres. Ellos recuperaron la fe y con ella el motivo por el que vivir, la herencia que cuidar para las siguientes generaciones que llegaron.

Necesitamos volver a tener hambre y sed de Dios. Y tenemos a un Cristo que mirando siglos después la misma ciudad de Jerusalén, confiada en su autocomplacencia tras siglos de haber sido prosperada, decía con desolación:

-“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuantas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste! Vuestra casa os es dejada desierta, pues os digo que desde ahora no volveréis a verme hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.

La fuerza de ser confortados, de vivir la experiencia de resucitar como comunidad cristiana y como humanidad esperanzada, reside en la vuelta de todos hacia la alegría de ser alimentados y abrazados por nuestro Dios, amamantados por Él mismo. Hasta que no decidamos volver de nuestras autocomplacencia y de nuestra suficiencia a Dios, seguiremos en la puerta de entrada de la casa, pero sin conocer las peculiaridades de las demás habitaciones, llenos de cosas nuevas por descubrir, con ilusión y no poca ciencia. ¿Permaneceremos, habiendo sido invitados formalmente, en la puerta o entraremos a la renovación de nuestra fe cristiana entrando y yendo más allá de nuestras ideas preconcebidas sobre Dios?

Tengamos hambre para ser saciados en nuestros vacíos de fundamentos para continuar la vida y la transmisión de ellos a las futuras generaciones. Tengamos sed para alimentarnos de los consuelos y consejos de Dios, que serán siempre nuevos e inagotables, a nuestro favor las 24 horas al día.

La propuesta del profeta es la del reencuentro con este ser maravilloso, Dios mismo: ¡Ahí está!, ¡nos espera!, ve al encuentro con la Iglesia, Jerusalén por reconstruir en nuestro día a día, ve al encuentro con tu Padre. Dios animaba a la alegría, porque hablaba a un pueblo triste, entristecido y asolados de desgracias, pero presente en medio de ellas, para que cuando quieras escucharle puedas ser de nuevo recibido o recibida con alegría. El será como una madre que te espera tras el largo viaje de tu vida, un viaje en soledad y no exento de golpes, con nuestras llagas y heridas, deseosos de ser recibidos con los mimos, las caricias, la sonrisa y el plato caliente en la mesa, dispuestos para ti… dispuestas para curar tus tribulaciones… solo si así lo quieres.

Amén.

Felipe Lobo Arranz
Iglesia Evangélica Española
Granada
loboarranz@ya.com

 


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