Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 2º domingo después de Navidad, 2-1-2005
Texto: Juan 1, 1- 18 - Por: Cristina Inogés Sanz

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

La luz, ¿para qué?

Sin luz no hay vida. Hagamos el experimento de plantar unas simientes en una maceta y dejarla en un cuarto oscuro. Por mucho que la abonemos, reguemos y cuidemos, sin luz, morirá apenas brote.

Eso nos anuncia Juan en el prólogo de su Evangelio. Lo importante que es la Luz en nuestra vida y como sin ella, no lograremos sobrevivir.

La Luz, no solo nos señala el camino para llegar a la meta, sino más importante aún, nos alumbra en el trayecto y, nos permite ser reflejo en el camino para así, hacerlo más transitable a los demás. Somos como una pequeña luna, que recibe su luz del Sol. Y esa Luz nos enseña a hacer realidad eso que, un poco infantilmente, hemos dado en llamar “el Cielo”.

El modelo de tierra que construimos, refleja…

Muchas veces en la historia se ha utilizado el nombre de Dios; ahora es masiva esa utilización: para justificar la guerra, para tranquilizar conciencias, para salir en los medios de comunicación, como pregunta clave en cualquier entrevista, como escudo que protege, como punta de lanza en un ataque… Hay utilizaciones para todos los gustos.

A Dios se le nombra mucho, pero Dios no está muy presente. Su presencia no viene dada por las veces que aparece en el vocabulario cotidiano, sino por la forma de vida de aquellos que confesamos creer en Él. Y la forma de vida, crea estilo.

Lo malo es que estamos construyendo una sociedad cuyo “estilo”, no es precisamente muy ejemplar porque:

- Tenemos casas más grandes, pero familias más pequeñas; vamos y volvemos a la luna, pero tenemos problemas a la hora de cruzar la calle y conocer a nuestro vecino.

- Tenemos más títulos, pero menos sentido común; más conocimientos, pero menos criterio propio; ganamos más dinero, pero con menos moral.

- Hemos creado un mundo con más comida, pero muy mal nutrido; con tecnología que limpia el aire, pero seguimos ensuciando nuestro interior.

¿Qué reflejamos con este “estilo” de vida? Me temo que nada bueno. Construimos un mundo demasiado terrenal, al Cielo lo dejamos “para más tarde”, es como algo que llegará, pero que no suscita interés, ni siquiera curiosidad. Con este comportamiento hemos sentado los cimientos de un mundo conformista, lleno de resignación y apatía, porque las cosas son así y así se quedan.

Es preocupante que caminemos a oscuras, pero lo es mucho más que nos hayamos acostumbrado a ello, ¿significa acaso, que nunca en nuestra vida hubo espacio ni tiempo para la Luz? ¿Ya no nos preguntamos de dónde venimos, ni hacia dónde vamos?

… el Cielo en el que creemos.

Si vivimos a oscuras, necesitaremos creer en el cielo azul de nubecitas blancas, porque allí vemos luz y algo de color, y una vez más se hará realidad que la Luz vino a su casa, y los suyos no la recibieron, porque todo el empeño que desde el principio, puso la Luz para habitar entre nosotros y anunciar el Reino de Dios, que eso es el Cielo, y que llegó a costarle la vida, se habrá perdido.

El Cielo, no puede estar allá, a lo lejos, “arriba”. El Cielo tiene que estar aquí, cerca, “abajo”. La Luz sentó los cimientos del Reino, del Cielo, para que nosotros fuéramos capaces de edificar sobre roca firme. ¡No es tan complicado! Se trata de darle la vuelta a lo que hemos convertido en habitual y empezar a edificar un mundo más celestial (que no celeste).

Pero a cuantos la recibieron (la Luz), les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. ¡Cuánta importancia tiene el nombre! El nombre es la persona misma. Creer en el nombre de Jesús, es reconocerle como Hijo de Dios y, aceptar su estilo de vida. Sólo entonces seremos capaces de apreciar la fuerza de la Luz en todo su esplendor. Jesús cumple lo que su nombre indica: Que es Dios, que Jesús y el Padre son uno. Por eso, nosotros, estamos llamados a ser testigos de la Luz.

Ya no será posible dejar para más tarde el Cielo, sentiremos curiosidad y necesidad de saber cómo es, qué es, porque hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Tanto se acercó Jesús a nosotros, que se hizo “carne”. Es una expresión muy rotunda de Juan que nos transmite la cercanía sin límites de Dios, el rostro humano de Dios que, desde ese instante, gozará, sufrirá, reirá y llorará como uno de nosotros, pero ante todo nos dejará un Cielo muy cercano.

Construir el Cielo aquí, es dejarse llevar por la forma de vida de Jesús, que sí crea estilo.

  • Crea el estilo de las relaciones humanas marcadas por la atención hacia las necesidades de los otros.
  • Crea el estilo de vivir con coherencia y compromiso, aunque conlleve riesgos.
  • Crea el estilo de vivir a la Luz de la Luz. Es decir en la Verdad. Es decir en la humildad.

¿Nos atrevemos a hacer realidad el Cielo?

No se si está permitido soñar en una predicación, pero creo que es vital hacer sitio en nuestra vida para los sueños. Si no está bien hacerlo pido disculpas pero, no me resisto a soñar a la luz de todos, ni a la Luz del que nos creó.

En este sueño no habría imágenes, sino una resplandeciente luz, o Luz si prefieren, y una voz que diría: “Hubo una vez unos seres humanos a quien la Luz les concedió ser su testigo, para que muchos llegaran a percibir su presencia, en medio de ellos”(*).

Soñemos lo justo porque los sueños, sueños son y hagamos realidad el Cielo, el Reino aquí y ahora. Un Cielo social y comunitario, puesto que vivimos en relación con los demás como Jesús lo hizo. Esto exigirá de nosotros un profundo proceso de renovación y reconciliación con los demás y con nosotros mismos. Si no lo hacemos, estaremos dejando a la Luz en soledad, su vida sin sentido, su muerte sin futuro de vida. Y todo esto lo arrastraremos a nuestra propia existencia.

Si vivimos con coherencia y compromiso, el Cielo estará presente en esta realidad y eso quiere decir que está hecho de la historia en la que Jesús se hizo “carne”, que Dios no espera, que sale a nuestro encuentro, que no quiere hacernos esperar más el Cielo y nos lo da, para que desde nuestra libertad, hagamos realidad el Reino.

¿Nos atrevemos a iluminar los trabajos cotidianos con el reflejo de la Luz? En un mundo en tinieblas como el nuestro, muchas personas lo agradecerán. Y cada uno de nosotros, también, porque en la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres…La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.

(*) I. Guerra, El asombro por la vida, Ayuntamiento de Zaragoza 2000.

Cristina Inogés, Zaragoza, España
crisinog@telefonica.net

 

 


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