Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 1° Domingo después de Navidad
26 de diciembre de 2004
Texto según LET serie A: Mt 2: 13- 15 por Pedro Zamora

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Los niños que murieron “por” Jesús

Si leemos todo el pasaje que va desde el v. 13 hasta el 23, destaca la apostilla “Para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta” o frase equivalente. Además, el padre de Jesús, José, es guiado permanentemente por un ángel. Es como si la vida de este “niño” estuviera ya “programada” desde su nacimiento y además contara con una protección especial. Protección con la que, por supuesto, no contaron “todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores” (v. 16). ¿Será que la vida de Jesús valía más que la de otros niños? Independientemente de que este relato tenga base histórica o puramente teológica, ¿por qué deja Dios que siga una matanza de muchos y sobreprotege a uno sólo? Si “convenía que un solo hombre muriese por el pueblo” para que “no perezca toda una nación” como sostenía Caifás (cf. Jn 18, 14 con 11, 50), ¿será también cierto lo contrario, o sea, que perezca una nación (o al menos una buena parte de un pueblo) para salvar a un solo individuo?


Ante esto, los creyentes, más que “adorar al niño Jesús” deberíamos rebelarnos y protestar por tamaña barbarie humana e injusticia universal. Deberíamos protestar contra un Dios que envía a su ángel a proteger a un niño a cambio de desamparar a muchos otros niños. ¿Acaso no es Dios que pueda atender a todos? ¿Acaso su omnipotencia no le permitiría salvar a todos?.

Protesta contra el injusto abandono de los niños muertos por Jesús

(Antes de proseguir, permítaseme una breve observación: es mejor no precipitarse a una respuesta rápida, y mucho menos que pretenda justificar al Dios que abandona a los niños inocentes. Lo mejor es dejar que estas cuestiones penetren en nuestra mente y conciencia; mejor dicho, es mejor dejar que siempre nos sorprendan y nos golpeen en nuestra conciencia, porque el día que les demos una respuesta, por muy piadosa que parezca, ese día la cauterizaremos y nos quedaremos tranquilos ante las peores injusticias de este mundo. Por tanto, es mejor que no intentemos razonamientos como el de la inocencia o perfección de Jesús, o el de su divinidad, etc....).

Tras dejar reposar en nuestra mente y conciencia las anteriores cuestiones, lo único que está claro es que Jesús, el Dios hecho carne, nace así en medio de las contradicciones humanas. Y nace como un niño, que no puede dar respuesta a nada de cuanto acontece a su alrededor, sea bueno o sea malo. Su rosadita carne –así se le pinta en muchas estampitas navideñas— no es más que una apariencia que esconde la realidad humana de los extremos: desde lo más brutal hasta lo más tierno. Y lo más grave es que no siempre se pueden separar el uno del otro. La tierna figura del Jesús en un establo –aunque en Mateo sólo se habla de una casa (cf. 2, 11)— esconde en realidad un dato que, en cualquier caso, es bien cierto a lo largo de la historia humana: que muchos mueren para que unos pocos vivan (vivamos). Quizás esto mismo esté ocurriendo hoy en Darfur y desde luego ocurre a escala universal, pues siempre los menos viven (vivimos) a costa de los más, lo sepamos o no, seamos o no conscientes o incluso lo queramos o no. ¡Parece una ley inamovible implantada en el pellejo humano! (y prefiero no pensar en su asociación con la evolución de las especies, que apunta a la superioridad del más fuerte).

Pues no esperemos respuesta de ese niño Jesús, porque no nos la va a Dar. Dios se ha hecho niño, y como tal no va a respondernos. Y de hecho, conforme crezca e inicie su ministerio, tampoco nos responderá a esto, ya que él mismo asumirá la necesidad de morir por los muchos. ¿Será que tomó conciencia de lo que debía a esos muchos? ¿Será que aprendió a amar a “los muchos”, a valorarles no como una masa sino como a sí mismo? Por tanto, quizás nunca lleguemos a obtener una respuesta a las preguntas de siempre, y sobre todo a aquellas concernientes a las graves injusticias universales ante las cuales parecemos absolutamente impotentes. Pero el ejemplo de Jesús nos enseña a que, aunque no podamos resolver las injusticias más lacerantes del mundo, sí podemos amar a quienes las sufren, entregándonos a ellos.

Creo que muchos de nosotros somos de los que hemos nacido gracias a los muchos que han muerto injustamente. Cuando menos, vivimos gracias a que muchos otros sufren en sus carnes una gran parte de las injusticias de este mundo, de las que yo soy partícipe. Y mientras estamos en una “tierna edad” no podemos hacer otra cosa más que disfrutar del favor de semejante fortuna. Pero según despertamos a la madurez, a la vida del ser humano, entonces somos llamados a servir a “los muchos” en nombre de los que han muerto por nosotros.
De hecho, si es posible que uno muera para redimir a los muchos, y que los muchos mueran para redimir a uno sólo, es porque el ser humano es una fraternidad que no puede cercenarse en el valor de individuos o de masas. El ser humano no es “contabilizable” ni como individuo ni como masa; el ser humano no es la suma ni la resta de algo, sino que a los ojos de Dios ha adquirido un valor absoluto y último. Por eso nuestro Dios es el que pasea con la humanidad entera (Adán = humanidad) en el Edén, el que se ata en alianza a un pueblo concreto (Israel) para bendecir a todas las naciones (Gn 12) o el que se encarna en un niño, en la persona de Jesús. En suma, Dios ha vivido con el ser humano todas sus contradicciones, tanto las universales, como las nacionales o las individuales.

El principio de la salvación

Pero ahí está el principio de la salvación: en sorber a fondo la copa de las contradicciones humanas, que es lo mismo que confiar en que la salvación nace en medio de ellas. Dios no las ha resuelto de un plumazo, ni con un “decretazo” jurídico ni con un manotazo cósmico que borrara toda maldad. Por el contrario, Dios se ha hecho vulnerable a ellas y es en ellas que nos trae la salvación. Es asumiendo la contradicción humana (la de los otros y la mía), y confiando en la vulnerabilidad del niño Jesús, que nace la salvación.
Que así sea una Navidad más, Amén.

Pedro Zamora (El Escorial)
pedro.zamora@centroseut.org


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