Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para Navidad, 25-12-2004
Texto según LET serie C: Lc 2,1-20 por Cristina Inogés

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

Los israelitas fueron unos perpetuos expectantes y así lo fueron también los primeros cristianos. De hecho, Navidad, que según parece tendría que haber vuelto hacia atrás nuestras miradas, para concentrarlas en el pasado, no ha hecho más que orientarlas hacia delante, hacia el futuro.

Aparecido como por un instante en medio de nosotros, el Mesías se ha dejado ver y tocar solamente para perderse de nuevo, más luminoso e inefable que nunca, en el abismo insondable del futuro. Ha venido. Pero ahora hemos de esperarlo más que nunca, y no sólo para un pequeño grupo de elegidos, sino para todos. El Señor Jesús vendrá pronto en la medida que sepamos esperarlo ardientemente. Ha de ser un cúmulo de deseos el que haga explotar su retorno.
(El medio divino, T. de Chardin)

Los israelitas esperaban desde antiguo, la llegada del libertador. Esperaban a un rey, no al Rey. ¿Esperaban demasiado? Tal vez esperaban mal y por eso se convirtieron en “perpetuos expectantes”. Y digo que esperaban mal, no por emitir un juicio sobre su actitud, sino porque entiendo que esperaban, esperando, es decir, de una manera lo suficientemente pasiva como para no involucrarse en su propia historia. Dicho de otra manera, ¿dónde estaba su esperanza?

Algo parecido cabría preguntarnos en nuestra Navidad, ¿dónde está nuestra esperanza?

¿Dónde está nuestra Navidad?

Todos los años, más o menos profundamente, nos hacemos las mismas reflexiones sobre lo que no es la Navidad: No es un conjunto de luces brillantes, ni de canciones típicas, ni de regalos, ni de dulces propios de estas fechas… También reflexionamos, más o menos, sobre lo que es la Navidad: Tiempo de familia, tiempo de paz, tiempo de solidaridad, tiempo de amistad, tiempo de nostalgia… Todo esto es lo que no debe y lo que debe ser la Navidad, pero… ¿Dónde está?

Decir que la Navidad tiene que sentirse en el corazón, no es ninguna sensiblería. Recordemos que para los judíos el corazón es el centro de la persona, de sus ideas y sus sentimientos, de sus pensamientos y sus acciones. Sentir la Navidad en nuestro corazón es hacerla nuestra, en nuestra más honda intimidad. No pongamos inconvenientes a que esto suceda, no tengamos miedo a abrir el corazón a Dios aunque ese corazón, esté como un establo. Dios nace donde le dejamos nacer y, sólo dejándolo nacer, veremos la inutilidad de las luces brillantes, de los regalos, de lo superfluo… Y apreciaremos el valor del deseo divino de la paz. Porque Dios también nos felicita la Navidad deseando paz a todos los hombres y en este deseo, lo divino y lo humano se unen, o deberían unirse como deseo de Dios y acto reflejo humano, como respuesta a esa felicitación.

La paz es el don mesiánico por excelencia (Is 9, 5-6). Es todo aquello que las personas necesitan para ser felices (aunque no nos lo creamos del todo). Todos sabemos lo importante que es amar a Dios, pero ¿somos capaces de percibir el amor que Dios pone en nosotros?

Nuestra Navidad estará donde dejemos nacer a Dios. Si los recuerdos y las ausencias nos ponen tristes hasta llorar, la Navidad será simplemente un tiempo de nostalgia y dolor que nos hará encerrarnos en nosotros mismos y vivirlas egoístamente. Tal vez Dios pueda nacer en el egoísmo, pero difícilmente conseguiremos proyectarlo desde ahí y la Navidad, ¿de qué habrá servido? Si sentimos la Navidad como el tiempo de reconciliar el pasado y el presente y todo junto lanzarlo hacia el futuro, ¿no estarán nuestros anhelos en camino de realizarse?

Nuestro corazón convertido, no en establo, sino en Belén, precisa de toda nuestra esperanza y este es el gran anhelo de las personas: Vivir la esperanza. De ahí todo nuestro esfuerzo y empeño en dar a conocer la Gran Noticia, la Buena Noticia, que nace en Navidad. Nuestra Navidad está en nuestra esperanza, y nuestra esperanza, nace en Navidad. Navidad – esperanza es un binomio inseparable.

Dar a conocer el amor que Dios nos tiene, es hacer realidad la esperanza, es hacer realidad, durante todo el año, la Navidad.

Belén – hoy hace más de 2000 años

Un emperador, Augusto, organizando el imperio; un gobernador, Quirino, ejecutando las órdenes; un hombre sencillo, José, cumpliéndolas; una mujer, María embarazada; un niño, Jesús, que nace; unos pastores, cuidando el ganado; unos ángeles, anunciando el nacimiento a los pastores. Todos los personajes son actores de la misma obra, todos los papales son decisivos aunque no todos tienen el mismo peso. ¿Cuál es nuestro papel en esta maravillosa obra, titulada “Navidad”?

Podemos ser organizadores, ejecutores, personas sencillas…, pero hay algo que llama la atención y es que siendo Jesús el protagonista indiscutible de la obra, ninguno (o casi) queremos ser Él. Parece ser que en Navidad, Jesús tiene poco “protagonismo”.

Comenzaba esta reflexión sobre Navidad con un texto de T. de Chardin que nos proyecta hacia el futuro, lo quiero terminar con otro texto que nos lleva hacia el pasado, que nos lleva a redescubrir nuestra propia identidad para desde ahí situarnos en nuestro hoy, porque la vida de todas las personas está escrita (en cierta manera) en la vida de Jesucristo, y por lo tanto todos estábamos en Belén, en el establo, y todos podemos escribir de nuevo nuestra propia vida situando nuestro origen, no tanto en nuestro lugar de nacimiento, sino en Belén.

Si en tu cruz tu vida y muerte y la mía son una,
el amor me enseña a leer, en ti, el resto de una historia nueva…
… hasta llegar de nuevo a mi comienzo,
y encontrar un pesebre, estrella y paja,
una pareja de animales, unos hombres sencillos
y así me doy cuenta que nací
no ya en [poner cada uno su lugar de nacimiento] sino en Belén
(A Man in a Divided Sea, T. Merton)

Descubrimos que nuestro destino es vivir la experiencia de ser hijos de Dios y lo hacemos a través de la fe. Por eso volvemos la mirada a Belén, y partir desde ahí, es posible, porque Dios se encarnó y nos abrió el camino.

Que nuestro corazón anhele la paz. Que nuestro corazón anhele la esperanza. Que nuestro corazón anhele a Dios y a los hermanos en esta Navidad y durante toda nuestra vida. ¡Feliz Navidad!

Cristina Inogés, Zaragoza, España
crisinog@telefonica.net

 

 


(zurück zum Seitenanfang)