Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 2° Domingo de Adviento, 5 de diciembre de 2004
Texto según LET serie A: Mt 3, 1-12
por Pedro Zamora, El Escorial (Madrid)

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


“En aquellos días ...” ¿Qué días?

Con esta perícopa se abandona en el evangelio de Mateo el período del nacimiento de Jesús y se pasa, abruptamente, al de su madurez y ministerio. Digo abruptamente porque comienza diciendo “En aquellos días”, como si no tuviera importancia el hecho de que ¡hubieran transcurrido unos veintiocho años desde los episodios de la infancia de Jesús!

Ese “biógrafo” de Jesús que conocemos por el nombre de Mateo no tiene el más mínimo interés en la persona de Jesús, sino sólo en su ministerio, que es lo mismo que decir en su vida pública. Deja fuera todo cuanto tiene que ver con su vida interior, como su perfil psicológico, su historial personal que nos ayude a entender su vida e incluso ministerio, sus reflexiones personales sobre las dificultades que afronta, etc. ¡Cómo nos gustaría –por lo menos a la mayoría— conocer más acerca de la vida de Jesús! ¡Cuánto daríamos por conocer detalles más íntimos o acontecimientos particulares de toda su vida! De hecho, las primeras leyendas cristianas sobre Jesús ya se encargarían de abundar en estos aspectos, que siguen suscitando un gran interés, a juzgar por los best-sellers de nuestros días. Pero Mateo se resiste tercamente a “explicar” a Jesús; por el contrario, sólo le interesa dar a conocer su misión/ministerio. Y entonces sí, vemos a la persona de Jesús totalmente confundida con su misión/ministerio.

Mi “yo” y la misión

Esto resulta particularmente llamativo en nuestros días, en los que parece imperar una visión psicologizante de todos los aspectos de la vida humana. Según algunos, vivimos en una época terapéutica porque casi todo acto humano debe explicarse por algún antecedente personal previo. Por eso, la experiencia del “yo” se abulta hasta límites insospechados, incluyendo en tal “yo” su origen (nacimiento) y circunstancias familiares, el status social, la nacionalidad, etc.

Es más, en el cristianismo evangélico se ha extendido una forma de piedad o espiritualidad que busca y rebusca en las Escrituras respuestas a las experiencias personales, o sea, a las dificultades personales, a las inquietudes personales. Más aún, busca construir un “yo” ceñido a un sin fin de normas y consejos que deben estar en las Escrituras. En definitiva, para esta espiritualidad o piedad evangélica, parecería que las Escrituras sólo hablaran de uno mismo; parecería que sólo han sido escritas para uno.

Pero ahí sigue estando el testimonio de Mateo que se atreve a saltarse veintiocho años de la vida de Jesús, para centrarse tan sólo en su ministerio público. Es decir, Mateo se niega a dar respuesta a preguntas que también plantearían las primeras comunidades cristianas. Y lo hace porque considera que la única respuesta es la misión de Jesús. Por la misma razón, Mateo entiende que el cristiano debe entenderse a sí mismo no en función de un pasado y de un entorno propios, sino en función de su misión/ministerio.

En efecto, todo cristiano lo es, fundamentalmente, porque ha sido llamado a una misión, a un ministerio, para la cual debe dejar atrás todo. Su historia personal y su entorno deben quedar atrás y la mirada debe estar puesta en la misión. Como Cristo, el cristiano ha nacido para una misión/ministerio.

Decir esto en nuestros días puede sonar un tanto inhumano o insensible, dada la sensibilidad que tenemos para lo personal. Pero también puede enfocarse desde un aspecto liberador: vivir para algo o alguien, vivir para los demás, vivir para el Reino de Dios ¡nos libera de un yo que casi siempre acaba esclavizándonos! Vivir en misión es liberador no sólo para el que recibe los frutos de su ministerio, sino para quién la vive porque es lo que verdaderamente puede recrear en él no tanto un “yo” como un “nosotros”.

Adviento

El ambiente popular ha convertido el nacimiento de Cristo en eje central de sus celebraciones. Casi parecería que es el “punto final” de una vida que viene marcada por el año natural. La navidad se ha convertido en una expresión de nuestra sensibilidad (¿debería decir sensiblería?) por los detalles personales, por la historia y entornos personales.

Sin embargo, para el calendario litúrgico era el punto de partida o arranque del ministerio/misión de Cristo; por la misma razón, el nacimiento del creyente a la fe es su punto de arranque a la misión. El nacimiento no era más que un paso necesario, y de hecho Marcos y Juan lo ignoran por completo.

¿Dónde pues está nuestro centro? ¿En la misión o el ministerio al que somos llamados, o en lo personal, en la atención a “mi yo y su circunstancia” que diría Ortega y Gasset?

Pedro Zamora
pedro.zamora@centroseut.org

 


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