Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 13° domingo después de Pentecostés
Texto según LET serie C: Lc 12: 49-53
29 de agosto de 2004
por Sergio A. Schmidt

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor Jesucristo. Amén

Apreciados hermanos y hermanas:

Las palabras de Jesús debieron sorprender a los discípulos. A nosotros, seguramente, también. Estamos acostumbrados a ver a Jesús con imágenes lindas: en casa todos tenemos un cuadro de Jesús como el buen pastor; un Jesús sonriente bendiciendo a los niños, calmando la tempestad, etc. Nos gusta recordar a Jesús diciendo palabras de aliento, de paz, armonía; un Jesús consolando; sanando. El texto de hoy es diferente. ¿Por qué? Y no sólo es diferente sino que desconcierta.

1º) Lo primero que desconcierta es el fuego. El fuego siempre tiene muchos significados simbólicos. Se lo puede relacionar con elementos positivos: el fuego como luz y calor. El fuego como purificador. También están los otros significados: el fuego como juicio y condena; el fuego como castigo. Hay muchos más. ¿Es que Jesús viene para quemar todo? ¿No viene para salvar? ¿Por qué habla así?

Este fuego no significa el fuego como entusiasmo, de la ardiente entrega a la causa del Reino de Dios. Tampoco es el fuego del juicio, como tantas veces escuchamos. Menos aún, es el fuego del Espíritu.

Es el fuego de la lucha. Es como si Jesús dijera: “Tengo que pasar una prueba terrible, ¡y como sufro hasta que venga!” Este es el bautismo con que tiene que ser bautizado. Jesús está hablando de su pasión y su agonía que le esperan camino a la cruz.

La cruz siempre estaba presente en el pensamiento de Jesús. Jesús está hablando de su misión. ¡Cuan diferente era la idea del Mesías que tenían las personas! Ellos esperaban un Mesías triunfador, un vencedor y, por sobre todo, un Mesías vengador de las penurias de su pueblo. Jesús no viene para levantar armas y banderas de guerra. El viene para dar su vida, para que nosotros tengamos la vida, y la tengamos en abundancia. Dios no mira el dolor del mundo de la misma forma que un científico mira en el microscopio. Dios no mira el dolor desde afuera.

Hace poco estuve en una conferencia de logoterapia sobre el dolor, dónde un filósofo dijo: “Quien busca el placer, nunca lo encuentra; quién huye del dolor, lo tiene permanentemente consigo”. Creo que esto nos sucede muchas veces en nuestros sufrimientos. Cuanto más huimos del dolor, más lo tenemos al lado nuestro. Pensemos un momento: cuándo sufrimos, lo peor que nos puede pasar no es el hecho de pasar por un momento de dolor y sufrimiento; lo peor es cuando no encontramos un sentido a lo que nos pasa. El dolor es mucho más soportable cuando le encontramos el sentido. Si miramos la vida de Jesús, vemos que para Él no sólo el dolor estaba pleno de sentido, sino también su vida y su muerte.

No quiero que se me interprete mal. No estoy haciendo una apología del sufrimiento. Lo cierto es que, aunque tratemos de evitarlo, el dolor y el sufrimiento llegan solos. Nos guste o no, son parte de la vida, de igual forma como lo es también la alegría y la felicidad. No podemos elegir tener que sufrir o no. Lo que sí, desde nuestra libertad podemos elegir que actitud adoptamos cuando sufrimos.

Y creo que esto es muy importante: en muchas ocasiones no podemos elegir, el dolor y el sufrimiento llegan sin previo aviso. Pero si, lo que podemos hacer es elegir sufrir con dignidad que, de ninguna manera, debe confundirse con la soberbia y el orgullo. Sufrir con dignidad es sufrir con una actitud madura, sin magnificar las cosas, sin pintar el cuadro más oscuro de lo que realmente es. Es no resignarnos, ni abandonar todo. Sufrir con dignidad no es andar por la vida quejándonos de lo que nos pasa, obligando a los demás a escuchar nuestras quejas una y otra vez. Sufrir con dignidad, es encontrarle un sentido al dolor. En fin de cuentas, sufrir con dignidad, es ver en el dolor, más que una tragedia, una oportunidad para crecer como personas. Es como dice un dicho: “persiste aunque todos esperen que abandones”.

Un lindo ejemplo nos lo da René Trossero cuando habla de la araña. Siempre antes que salga el sol teje su tela y espera. Cuando la telaraña se rompe teje una nueva. La meta de la araña es alimentarse, cambia de telaraña, pero nunca abandona su meta ni olvida su objetivo. Así proceden las personas sabias, cambian de camino todas las veces que sea necesario, pero nunca cambian la decisión de alcanzar su meta. No podemos tal vez indicarle a los demás el camino que deben seguir. Creo que más importante es que le mostremos la meta. Si tenemos en claro cual es la meta, los caminos se encuentran más fácil. No impongamos a los demás nuestros caminos… ¡mostrémosle la meta!

2º) Pero la cosa se complica. Jesús dice: “¿Creéis que he venido a traer paz en la tierra? Os digo que no, sino más bien división”. Y, por si esto fuera poco, da ejemplos de la vida familiar, el padre contra el hijo y viceversa. Lo mismo para la madre y la hija. La suegra contra la nuera, la nuera contra la suegra. ¡Vemos que nuestros problemas familiares no son, ni nuevos ni originales!

¿Por qué Jesús dice esto? ¿No es acaso el Príncipe de Paz? ¿No ha dicho, “mi paz os dejo, mi paz os doy, pero yo la doy como el mundo no la puede dar”? ¿Es que Jesús se desdice? No es así. Jesús esta describiendo cual era la situación de las familias en el contexto del imperio romano. Los romanos odiaban a los cristianos porque la fe cristiana dividía a las familias. Cuando un judío se convertía al cristianismo era expulsado de la sinagoga. Esto implicada que toda la comunidad le “hacia el vacío”.

Una y otra vez, las personas debían elegir: ¿Qué es más importante para mí: la familia o mi fe en Jesucristo? Es una cuestión de valores: ¿Qué es más valioso para mi? Es una cuestión de valores, ¿cual es el código de valores con las cuales nos manejamos? Esta claro que los valores con los cuales me manejo están directamente relacionados con el sentido que le quiero dar a mi vida.

La paz que Jesús ha venido a dar no es la paz material, la paz que excluye el padecimiento en la tierra. La decisión por Jesucristo, debe estar por encima de los afectos familiares. Jesús empuja a las personas a una decisión “pro” o “en contra” de Dios. Se abren dos frentes, los que están por Dios y los que no. Estos versículos nos dicen que el hecho de confesarse cristiano en muchas ocasiones implicaba el rechazo de la familia. Es más, en la apocalíptica judía, las discordias en el seno de las familias, eran parte del dolor mesiánico que precedían al nacimiento del Mesías.

Todo esto nos deja a nosotros hoy un mensaje muy claro: las personas deben estar dispuestas a dejarlo todo, por amor a Jesucristo. No hay términos medios. Ustedes ya saben muy bien lo que les pasa a los tibios… O Jesucristo es el centro de nuestras vida o no lo es nada. La fidelidad a Dios abarca a toda nuestra vida.

Hay una historia de M. Menapace que me gusta mucho:

“Erase una vez una madre que estaba muy apesadumbrada, porque sus dos hijos se habían desviado del camino en que ella los había educado. Mal aconsejados por sus maestros de retórica, habían abandonado la fe católica adhiriéndose a la herejía, y además se estaban entregando a una vida licenciosa desbarrancándose cada día más por la pendiente del vicio. Y bien. Esta madre fue un día a desahogar su congoja con un santo ermita que vivía en el desierto de la Tebaida. Era este un santo monje, de los de antes, que se había ido al desierto a fin de estar en la presencia de Dios purificando su corazón con el ayuno y la oración. A él acudían cuantos se sentían atormentados por la vida o con demonios difíciles de expulsar.

Fue así que esta madre de nuestra historia se encontró con el santo monje en su ermita, y le abrió el corazón contándole toda su congoja. Su esposo había muerto cuando sus hijos eran aún pequeños, y ella había tenido que dedicar toda la vida a su cuidado. Había puesto todo su empeño en recordarles permanentemente la figura del padre ausente, a fin de que los pequeños tuvieran una imagen que imitar y una motivación para seguir su ejemplo. Pero, hete aquí, que ahora, ya adolescentes, se habían dejado influir por las doctrinas de maestros que no seguían el buen camino y enseñaban a no seguirlo. Y ella sentía que todo el esfuerzo de su vida se estaba inutilizando. ¿Qué hacer? Retirar a sus hijos de la escuela, era exponerlos a que se suspendan sus estudios, y que terminaran por sumergirse aún más en los vicios, por dedicarse al ocio y vagancia del teatro al circo. Lo peor de la situación era que ella misma ya no sabía qué actitud tomar respecto a sus convicciones religiosas y personales. Porque si éstas no habían servido para mantener a sus propios hijos en la buena senda, quizá fueran indicio de que estaba equivocada también ella. En fin, al dolor se sumaba la duda y el desconcierto no sabiendo qué sentido podría tener ya el continuar siendo fiel al recuerdo de su esposo difunto. Todo esto y muchas otras cosas contó la mujer al santo ermita, que la escuchó en silencio y con cariño. Cuando terminó su exposición, el monje continuó en silencio mirándola. Finalmente se levantó de su asiento y la invitó a que juntos se acercaran a la ventana. Daba esta hacia la falda de la colina donde solamente se veía un arbusto, y atada a su tronco una burra con sus dos burritos mellizos.

-¿Qué ves? - le preguntó a la mujer quien respondió: -Veo una burra atada al tronco del arbusto y a sus dos burritos que retozan a su alrededor sueltos. A veces vienen y maman un poquito, y luego se alejan corriendo por detrás de la colina donde parecen perderse, para aparecer enseguida cerca de su burra madre. Y esto lo han venido haciendo desde que llegué aquí. Los miraba sin ver mientras te hablaba. -Has visto bien, le respondió el ermitaño. Aprende de la burra. Ella permanece atada y tranquila. Deja que sus burritos retocen y se vayan. Pero su presencia allí es un continuo punto de referencia para ellos, que permanentemente retornan a su lado. Si ella se desatara para querer seguirlos, probablemente se perderían los tres en el desierto. Tu fidelidad es el mejor método para que tus hijos puedan reencontrar el buen camino cuando se den cuenta de que están extraviados. Sé fiel y conservarás tu paz, aun en la soledad y el dolor. Diciendo esto la bendijo, y la mujer retornó a su casa con la paz en su corazón adolorido.”

Se fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida.

Qué así sea.

Amén

Sergio A. Schmidt, Temperley
breschischmidt@ciudad.com.ar


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