Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 11° domingo después de Pentecostés, 15 de agosto de 2004
Texto según LET serie C: Lucas 12, 13-21 por Edgar Moros-Ruano, El Escorial
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


ENRIQUECERSE EN DIOS - NO A LA AVARICIA

1. En estos meses de verano suelo caminar en algún centro comercial, donde haya aire acondicionado. Hace unas semanas noté lo que compraba la gente y lo que llevaban en sus carritos de compras: noté que los jóvenes necesitaban muchas cosas. Por ejemplo, franelas con dibujos alusivos a los últimos personajes del cine, de la tele o de los deportes. Compraban C.D.’s de música, juegos de video y zapatos deportivos con luces. Noté también que las señoras necesitaban comprar múltiples vestidos que estaban en rebaja y bolsos, zapatos que hicieran juego con la ropa. Los señores compraban camisas, zapatos, libros, revistas, etc. Yo no me mantuve al margen de este consumerismo de las rebajas del verano.
En la noche llegué a mi casa exhausto, ya que perdí muchas horas mirando cosas que deseaba pero que no podía comprar. ¡Qué difícil es vivir en un mundo concebido como mercado! Nuestro mundo nos lleva a consumir y consumir, a acumular y acumular. A querer tener más y más. Vinieron a mí las palabras de Jesús del pasaje de Lucas que leemos hoy: “¡Guardaos de toda clase de avaricia! La vida humana no consiste en la abundancia de los bienes que se posean”.
2. Aquí en este pasaje Jesús cuenta una parábola sobre un hombre rico, poseedor de muchas tierras que dan una gran cosecha, tanto que sus graneros no son suficientes para guardar lo cosechado. El rico se pregunta qué hacer.

Decide derribar sus graneros y construir otros más grandes para guardar la cosecha. Pudieramos pensar que el hombre era previsivo, un buen comerciante, buen organizador y excelente generador de riqueza. Pero Jesús le presenta como ejemplo de la avaricia.
¿Cuáles son las manifestaciones de la avaricia? Podemos codiciar las cosas materiales, pero también podemos desear avaramente los placeres y el poder. El rico de la historia es codicioso y piensa como avaro porque para él, el todo de la vida está en el poseer, amasar, guardar, riquezas, cosas, fortuna, bienes. No se le ocurre apertura alguna hacia los demás, hacia los que no tienen lo que él.
Es interesante en la historia de Jesús, que no se mencionan los trajadores u obreros del campo, que sin duda laboraban para el rico, sembrando, cuidando de los cultivos, cosechando, ni tampoco los que derribarían los graneros y construirían otros, que son mano de obra, asalariados; no piensa en ellos, no pasan por su atención. Sólo piensa en que con su abundancia de bienes y riquezas, se podrá dar una vida descansada, de comodidades y placeres (“come, bebe, alégrate”). Si uno es codicioso y lascivo, esto indica que las necesidades naturales se han desbordado y han llegado a dominar la vida de uno. La avaricia y el deseo se posesionan de la vida de las personas, de tal manera que éstas son “poseídas por sus posesiones”. No obstante, si bien controlan la vida toda, las posesiones no tienen el poder para dar vida. Jesús nos dice que “la vida humana no consiste en la abundancia de los bienes que se posean.
¿Cuántos no conocemos individuos que son ricos y poderosos, personas que disfrutan de todos los placeres habidos y por haber y quienes, sin embargo, son unos desdichados? “Mientras más se tiene, más se quiere”. Poseidos por tal avaricia, terminamos en la frustración total, poseamos lo que poseamos y tengamos todo el poder que podamos imaginar, y disfrutemos de infinitos placeres.
3. Jesús nos dice, “Vine para que tengáis vida y vida en abundancia”. Nos habla de “la vida eterna”. Ésta incluye a nuestra vida sobre la tierra, pero va más allá. Nuestra vida presente sólo es una preparación para la eternidad. Solamente es un ensayo, antes del gran concierto. La avaricia y el deseo nos atan al mundo presente y limitan nuestra visión del futuro eterno. “¡Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será”
Cuando muramos estaremos en la presencia de Dios. ¿Estaremos preparados? La avaricia y el deseo nos desvían de nuestra meta final y del verdadero propósito de esta vida presente y pasajera. ¿Descubriremos al final de nuestras vidas que hemos perdido un tiempo precioso sobre la tierra, ocupándonos de cosas necias y sin verdadera importancia? O ¿nos hallaremos verdaderamente preparados para una existencia madura en la vida eterna? No detengamos el proceso de maduración en la fe, por dejarnos dominar por la avaricia y el deseo de poseer cosas que tienen poco valor eterno.
4. Jesús establece un contraste: acumular riquezas para sí mismo, por un lado y, ser rico para con Dios, por el otro. Enriquecerse en Dios es vivir la vida siguiendo su plan, mirar hacia los otros, abrirnos en un don cargado de esperanza. Debemos sentir que no somos señores, sino administradores o mayordomos de los bienes de la tierra. Poseerlos sin tener en cuenta a Dios es vanidad de vanidades.
Lo que Jesús dice tiene que ver con la precaridad y fragilidad de la vida, que realmente no nos pertenece. Jesús llama al rico de la historia,“necio”. Todo lo acumulado, no nos lo podemos llevar cuando morimos, “¿para quién será lo que tienes guardado?”. “Rico para Dios es quien con lo suyo ayuda al prójimo”. La obediencia al Maestro nos conduce a la pobreza evangélica. Si no podemos abandonarnos a él, entonces todavía estamos corroidos por la avaricia.

Edgar Moros-Ruano,
El Escorial,
emruano@yahoo.com


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