Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 9 ° domingo después de Pentecostés, 1-8-2004
Texto: Lucas 10, 38-42, por Cristina Inogés
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

La escena

En casa de Marta y María, Jesús encuentra la acogida que le ha sido negada al inicio del viaje en Samaria (Lc 9,53). Aunque Lucas le da un cierto tono solemne al encuentro, en realidad no debemos tener dificultad para imaginarlo como un diálogo íntimo, entre amigos. Un momento lleno de sugerentes miradas de Marta que, no quitaba ojo de lo que pasaba, aunque el texto no lo indique y parezca lo contrario. Un momento lleno de silencios de María que, también miraba.

Dentro de esta solemnidad que le da Lucas a esta escena, hay un detalle propio de él que es, dar relevancia a las mujeres en la relación con Jesús, porque Lucas habla de Marta y María sin referencia a ningún varón. Tienen entidad por si mismas. Aquí, no son las hermanas de Lázaro, son ellas, Marta y María. Un detalle, ¿por qué hace Lucas semejante guiño a las mujeres? ¿O más bien se lo hace a la Iglesia a la que tiene tan presente, también en esta escena?

La casa de Marta, la gran protagonista de esta historia, es el espacio del diálogo íntimo entre amigos pero con un profundo significado teológico. Otro detalle: Marta siempre se dirige a Jesús, pese a ser amigos, como Señor, signo inequívoco de que sabía con quién hablaba.

Ella, Marta, que desarrolla un papel tradicional y perfecto (Prov 30) y María a quien Lucas sitúa en un papel nuevo e impactante en una mujer: estar a los pies del Maestro como cualquier discípulo (Hch 22,3). Dos mujeres, pero una sola oración, que de esto habla Lucas aquí.

Orar

Tal vez suene raro lo que voy a decir ahora, pero para orar es necesario el cuerpo, porque es la única manera que tenemos de encarnar la oración.

María encarna la oración de una manera, muy relajada, muy adoptando una postura que le permita que todo su cuerpo perciba e interiorice las enseñanzas del Maestro. ¡Ni mucho menos que esto es pasividad! Este tipo de oración requiere concentración y una gran actividad mental.

Marta encarna la oración de una manera diferente. Las posturas de su cuerpo son variadas dependiendo de la actividad que realice. ¡Ni mucho menos que esto resta profundidad a su oración! También esta oración requiere concentración.

Ni una es superior a la otra, ni la otra a la una. La manera de orar de cada una es, la mejor para cada una de ellas, y sería un grave error intentar convencerlas de lo contrario e intentar que cambiaran. La oración ayuda a que nos hagamos conscientes de nuestra identidad, a que la desarrollemos, a que la proyectemos.

Cuando la práctica de la oración nos lleva en el proceso a descubrir que “esta” es mi manera de orar, debemos profundizar en ella. Nos hará progresar, sentir que vamos por el buen camino, pero nunca deberemos creer que “esta” es mi manera definitiva y última de orar. Precisamente porque la oración es un proceso deberemos ser capaces de no cerrarnos a nada: ni a nuevas posibilidades, ni a nuevas prácticas. Marta nos enseña esto, la evolución en la forma de oración.

Marta parece ser más impulsiva que María y se lo hace notar incluso a Jesús, a quien comunica su malestar por la actitud de su hermana. ¡Bien hecho Marta! Nos recuerdas que los salmistas, no solo dedicaban alabanzas a Dios sino también sus enfados y su malestar. La oración nos enseña a proyectar los sentimientos.

Jesús no le hace un reproche a Marta, le aconseja, todo lo más le hace una suave y constructiva crítica. Sabe muy bien lo que hace Jesús porque no es el suyo un discurso largo y si va, como seguramente sucedió en este caso, acompañado de una mirada y de una sonrisa, Marta se sintió más unida a él que a través de una larga explicación.

Marta acepta ese consejo, esa pequeña crítica de manera positiva porque sabe que la crítica bien hecha nos lleva a reflexionar, a purificar aquello que hacemos.

La oración es una forma de buscar a Dios y cuando buscamos a Dios, no debemos olvidar que Él, también nos busca a nosotros.

Jesús entró en casa de Marta y María buscando reposo, buscándolas a ellas. Ellas lo esperaban, que también es una forma de buscar. Cada una lo buscaba según su forma de ser, según su forma de estar en la vida, porque las dos sabían que una sola cosa es necesaria y es estar en la presencia del Señor, cada una según lo interpretaba, cada una según lo vivía, cada una según su necesidad.

María estaba a los pies del Señor, en su presencia; Marta entendía esa presencia como un “trabajo de ser”, es decir, como ella era la dueña de la casa, ella busca trabajando, siendo y actuando como la señora de la casa. Y Jesús nunca le reprochó nada porque el trabajo no aleja de Dios.

El tiempo de estar

Mientras escribo mis reflexiones sobre este texto, tengo frente a mi dos fotografías de grandes dimensiones que Sebastiao Salgado hizo para la “Fundació pels Drets dels Pobles”. Son dos retratos de dos niñas. Una, de ojos claros y mirada interrogante, sólo mira; la otra, de ojos negros acaba de levantar la mirada de un cuaderno donde está escribiendo y, sólo mira. Me llamaron poderosamente la atención en la exposición donde estaban y, sin mirar el catálogo, decidí que se llamaban Marta y María.

Muchas veces sus miradas me han servido para centrar mi oración, “mi tiempo de estar”. A estas alturas de la vida, espero que poca gente nos planteemos si somos “martas” o “marías”. Sería muy bueno que experimentáramos el deseo de la necesidad de Cristo y sólo con la experiencia del deseo, llegar a comprender que la oración puede ser algo tan sencillo como “estar con”, “estar para”, “estar hacia”, “estar desde”.

El Dios que escogió “estar con” nosotros, nos ha dejado muchas maneras de orar pero, ¡cuidado! en la oración, no somos nosotros los artífices de la misma. Nunca podremos moldearla como si fuera barro a nuestro gusto, porque es un don y nos la regala Dios. Es gratuita, como su amor. La oración es el tiempo de estar en creatividad de Dios hacia cada uno de nosotros, porque cada uno somos diferentes.

Como todo regalo, como todo don, quien lo acepta, acepta a su vez un compromiso, una manera de ser diferente que nada tiene que ver con los afanes, esfuerzos y ansiedad que generamos en nuestro mundo. Por eso la oración nos ayuda a ser conscientes de nuestra identidad, de nuestra realidad de seres humanos y a no despreciar nuestro valor, porque Dios mismo nos ha valorado.

Nuestra creatividad en la respuesta, no debe tener límites, porque Dios no nos limita. Ahí es donde cada uno de nosotros, levantará la vista del cuaderno donde está escribiendo, como la niña de mi foto, y mirará hacia donde su oración pueda ser más eficaz. Y nos sentiremos crecer, y sentiremos que ante nuestra vida se abren caminos infinitos.

No es el trabajo en sí el que aleja de Dios, sino alienarse en el mismo, sin dejar una vía de contacto abierta hacia Dios y hacia el prójimo. Por algo Lucas ha situado este texto tras el del Buen Samaritano. ¡Y cómo lo ha aprendido Marta! Tanto es así que, en el texto de la resurrección de Lázaro (Jn 11,17-44) es Marta, y no María, la que muestra una fe más nítida hasta llegar a proclamarla en esta confesión de fe: Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo (Jn 11,27). Esta es la evolución de su oración.

¿Cuál es la de cada uno de nosotros?

Cristina Inogés. Zaragoza
crisinog@telefonica.net

 

 


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