|
Predicación para el 5° Domingo después de Pentecostés,
4 de julio de 2004 (-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de) |
Texto:
Hermanos: Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros. La situación. Esta pregunta, que se ha ido formulando por personas en realidades diferentes, la va a hacer ahora Jesús a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? Para Lucas no tiene importancia el espacio físico donde se desarrolla la escena, sino más bien el espacio existencial, el contexto vital: la oración. Jesús pregunta en la oración, es decir, en el espacio íntimo de relación, en el cara a cara. Una pregunta Pensemos un poco. Para nosotros ese anonimato de la “gente”, nos viene muy bien ya que nos permite escondernos en ciertas repuestas ante cuestiones incómodas. En esa situación, incluso podemos colar una respuesta personal que no sea excesivamente comprometedora, no sea que destaquemos mucho entre “la gente”. Es la respuesta que dan los discípulos: unos dicen que…, otros que… Pero al final nada. No hay respuesta personal. Afortunadamente ahí está Jesús, brindando otra posibilidad y centrando la pregunta para que no divaguemos. Su pregunta… Yo soy un moro judío, que vive con los cristianos, ¿Sabemos nosotros quién es nuestro Dios? Advierto que ser cristianos no es garantía para contestar de modo correcto. Nuestro Dios es aquel que hizo el cielo y la tierra, que nos regaló el mundo para que lo cuidásemos y lo dejáramos en las mejores condiciones para las próximas generaciones. Nuestro Dios es aquel que sacó al pueblo de la esclavitud y lo alimentó en el desierto, hasta dejarlo en la tierra que mana leche y miel. Nuestro Dios es aquel que bendijo a Abraham con una gran descendencia, tan numerosa como las estrellas del cielo o la arena del mar. Nuestro Dios es aquel que elevó el amor humano a la categoría de divino en la entrega completa de la pareja y lo cantó en el Cantar de los Cantares. Nuestro Dios es aquel que no se cansó de salir tras su amada que se resistía a su amor, como nos cuentan los profetas. Nuestro Dios es aquel que escucha, atiende y entiende nuestras ansias en los salmos. Nuestro Dios es nuestro hermano, Jesús de Nazaret, aquel que se mostró como un adolescente impertinente en el Templo, ante la pregunta angustiada de sus padres. Nuestro Dios es nuestro hermano Jesús de Nazaret, a quien no le sentó muy bien que su madre, en las bodas de Caná, le dijera lo que tenía que hacer, o que la mujer cananea le replicara y así le ayudara a adentrarse un poco más en su realidad mesiánica. Nuestro Dios es nuestro hermano Jesús de Nazaret, que comía y bebía con sus amigos y amigas, y le gustaba pasárselo bien. Nuestro Dios es un Dios todopoderoso capaz de alimentar a una multitud con apenas nada, y es capaz de caminar sobre las aguas, y es capaz de devolver la salud a los enfermos, y es capaz de romper normas de la época, y… ¡Todo esto también son respuestas aprendidas! Valen, pero no del todo, porque en realidad, Dios es todo eso pero algo más que nos suele pasar desapercibido: Es el Dios que se abaja, que se encarna, que mancha las manos en nuestra tierra, con nuestro barro. No caben excusas, la pregunta la tenemos que interpretar de forma mucho más personal: ¿Quién soy yopara ti? … Y mi respuesta Si respondemos aquello que sólo hemos aprendido, pero no aprehendido, nos pasará como a Pedro que, acertando en la respuesta, no deja contento a Jesús y les prohibe a los apóstoles que lo comenten. Extraña la actitud de Jesús, si la respuesta era la correcta, ¿a qué viene imponer este silencio? A Jesús no le gustaban las respuestas dogmáticas. Quiere, intenta provocar en los discípulos, una actitud de verdadero discipulado que no es otra cosa más que actuar como el maestro. Tendemos en la vida a admirar a Jesús y cuando admiramos, solemos quedarnos sin mucha capacidad de reacción, absortos en esa admiración. Esto es lo que pretende evitar Jesús, porque sus explicaciones sobre lo que ha de padecer, la exigencia de renuncia en el discípulo y la disposición a cargar con la cruz de cada día (9, 22-24), no es otra cosa más que una invitación a vivir como él vivió y a asumir las consecuencias, es decir: a curar, reinterpretar, arriesgar, vivir lo humano a tope sabiendo que no sólo pertenecemos a esta realidad que vemos sino a otra sin limitaciones, a superar el miedo que nos impide ser creativos y próximos a los otros en cualquier situación, a romper estructuras opresoras, a hacer aquello para lo que creemos valer y poder, a disfrutar del gozo y del placer. Todo esto podrá ser bien o mal interpretado, traerá, efectivamente, consecuencias pero será un estilo de vida diferente. Será el nuevo estilo de vida provocado por el encuentro con Cristo resucitado. Estilo evocador y provocativo, pero nunca, nunca pasivo. Es el estilo que ya nos pone en camino de responder quién es Jesús. A partir de ahí ya estaremos en disposición de intentar dar una respuesta, nuestra respuesta, a la pregunta que directamente Jesús nos hace a cada uno de nosotros: Y Tú, ¿quién dices que soy yo? Es una pregunta que sólo hallará respuesta en la experiencia, por eso no habrá dos respuestas iguales, porque Dios nos hizo diferentes y diferentes serán las respuestas. La libertad nos ayudará en este momento. No sentirnos aprisionados en dogmatismos y ritualismos será el mejor espacio existencial, dentro de la oración, para el encuentro, el gozo y la respuesta. Y juntos, siempre juntos, hermanos, podremos responder quién es Jesús para mí, para ti, para nosotros. Mi respuesta sería esta: Digo que eres el Dios de la misericordia, de la acogida, del amor, del perdón y de la libertad que no me invita a hacer lo que quiero, sino a tomar aquello que es mío. Y mía es tu misericordia, tu acogida, tu amor, tu perdón y tu libertad. Con todas las consecuencias. Que todos disfrutemos del encuentro, y sus consecuencias. Amén Cristina Inogés, Zaragoza
|
(zurück zum Seitenanfang) |