Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para el 3 domingo de Cuaresma, 14 marzo 2004
Texto según LET serie C: Lc 13, 1 - 9
por Raúl Rodolfo R. Reinich, Buenos Aires

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


¡Gracia y paz de parte de nuestro Señor Jesucristo, el que era, es y será siempre!

Hermanas, hermanos

I. “Les digo que…si ustedes mismos no se vuelven a Dios, también morirán.” (v. 3 y 5).

Durante los así llamados “años de plomo”, en la década de los 70 en Argentina, miles de personas fueron reprimidas, torturadas o desaparecidas. Entonces mucha gente solía decir que “por algo será” o que “algo habrán hecho” para que los traten de ese modo.
No cabe duda que frases como estas, muchas veces dichas con ligereza indiferente, sonaron como justificadoras de sentencias sumarísimas, aceptadas prácticamente sin cuestionamientos por una gran parte de la población.
Creo que esta actitud fue el aporte pasivo que muchas personas han hecho en favor de la impunidad y la corrupción generalizada, que nos toca lamentar y padecer aún hoy. (Lamentablemente no todos tienen todavía la disposición de reconocer públicamente su error, de cambiar su forma de pensar y de pedir perdón).

En el relato del Evangelio que nos ocupa hoy, Pilato, el representante del poder imperial romano, había hecho matar a un grupo de personas durante una celebración, aparentemente después de una demostración en contra del pago de impuestos con dineros ofrendados por el pueblo al templo. Y, así como nosotros también conocemos acontecimientos terribles, que han echado y echan sombras sobre nuestras vidas, hechos cuyas consecuencias nos angustian y nos hacen preguntar acerca de la justicia, la gente de entonces se acerca a Jesús buscando una respuesta.

En la cultura y el pensamiento de aquella época se relacionaba y se decía que el sufrimiento era la consecuencia directa de algún pecado cometido (¡por algo será!; “¡Algo habrá hecho!”).
Sin dudas, esta era una doctrina muy cruel y descorazonadora, como Job lo sabía muy bien en el AT. (4,7).
Pero ahora nosotros sabemos por experiencia que generalmente son los más grandes santos quienes más deben sufrir.
Mártires conocidos como Martin Luther King, el Obispo Romero y tantos otros, son testigos de ello en nuestra época reciente.
Además, sabemos dolorosamente que en nuestro continente muchas personas deben sufrir por decisiones, supuestamente éticas, tomadas por dirigentes de su pueblo ó los de instituciones mundiales, sin que puedan hacer algo para evitar las consecuencias.
Jesús sabe mejor que nadie los efectos de las decisiones tomadas por un sistema cultural, político o religioso imperante. Por lo tanto, Él se opone terminantemente contra esa forma de pensar en relación a las personas individuales.
Y esa es seguramente la razón por la cual su respuesta es tan sorprendente e incómoda para muchos de sus oyentes de entonces, como también los de ahora:
¡Ustedes no son mejores que aquellas personas tocadas por la desgracia! Ustedes no están libres de tener que sufrir consecuencias semejantes. No se confundan. Ustedes no son dueños de la vida de los demás. ¡También ustedes tienen que volver a Dios!

Con ello Jesús muestra que es imposible ser oyente neutral de su mensaje.
Jesús quiere que todos escuchen y vean lo que Él dice y hace. La cuestión es que todos deben hacer un giro de 180º.
¡Cambien su manera de pensar! ¡“Diariamente”, diría Lutero!
Aprendan a descubrir que la justicia de Dios alcanza a todos por igual, y que lo más importante es dar siempre una nueva oportunidad. Es buscar y ayudar a quienes están en serios problemas, sea por responsabilidad propia o por circunstancias históricas ajenas a su voluntad. (¡Una nueva oportunidad, es lo que el pueblo argentino necesita ahora en relación a su impagable deuda externa!). Pues, es necesario que aprendan también a alegrarse por cada persona que es rescatada de la miseria para una vida digna. (Cf. Lucas 15, 6.7).

II. “Pero el que cuidaba el terreno le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle abono. Con eso tal vez dará fruto;…” (v. 8 y 9).

En la historia de la higuera, Jesús muestra hoy los frutos que Dios espera de nosotros y cuál es el camino de oportunidades que nos ofrece para hacer lo que a Él le gusta.
Frente a ella veo dos imágenes.
Susana, una aficionada al cultivo de orquídeas, observa con preocupación y pena que después de una mudanza sus plantas no han dado ninguna flor en los últimos tres años.
Pero lejos de abandonarlas busca las causas que motivan la prolongada ausencia de los esperados frutos.
En esa búsqueda paciente se da cuenta que en el patio interno donde tiene las plantas la luz solar sólo les llega directamente durante una mitad del año, mientras que durante los otros 183 días permanecen en la sombra.
Ella reconoce su propio error y responsabilidad, y decide darse una nueva oportunidad a sí misma y a sus queridas plantitas. Cambia su manera de pensar y de proceder. Se pone a trabajar con ellas. Se esfuerza y las traslada a la terraza en el segundo piso de la casa. Prepara un sencillo vivero, es decir crea el espacio y el ambiente adecuado con luz, aire y humedad suficiente.
Este esfuerzo y cuidado especial fue retribuido, a los pocos meses, con el fruto de cientos de orquídeas de la gama más variada de colores, bellas formas, y diferentes tamaños. Sobre todo fue compensada con la enorme satisfacción y alegría por los frutos alcanzados.

La otra imagen, también la vemos en nuestro Continente cuando las selvas y bosques son talados sin miramientos para ganar extensiones dedicadas al cultivo de la soja, grano que es vendido a buen precio a los países del hemisferio norte (¡como alimento de ganado para obtener menos de la mitad de proteína animal!).
Así en pocos años a las tierras fértiles, ganadas con los hachazos del puro afán especulativo, le fue sacado todo, sin devolverle nada. Tampoco a las personas, utilizadas como esclava mano de obra barata. Y así las tierras, hasta ahora pulmón del mundo, se van convirtiendo en verdaderos desiertos, pobres, e incapaces de producir frutos de vida y para la vida, (en Argentina, en Brasil, en Paraguay,…). Finalmente son abandonadas por improductivas para los intereses especuladores.

En este sentido “estamos en deuda con la vida. (Porque) ponemos en peligro la vida de otra persona, y nunca habríamos sobrevivido si no hubiese sido por el cuidado de aquellos que nos amaban.”, como dice acertadamente un comentarista del Nuevo Testamento.

El encargado del campo, en la parábola que nos ocupa, piensa que siempre debe haber una nueva oportunidad, antes de la última y emite una señal inesperada de esperanza.
En lugar del hacha depredadora quiere trabajar con la pala. Prefiere utilizar la herramienta apropiada para aflojar, hacer permeable, liberar, limpiar, abonar, acondicionar y crear el espacio para que pueda desarrollarse una vida fructífera.
El sabe también que para ello necesita tiempo de espera y paciencia.
Nos enseña a todos que pedir en oración, hacer algo para cambiar la situación, y esperar con paciencia, significa tener esperanza, una perspectiva abierta para que la vida pueda prosperar.
Jesús quiere que los árboles vivan; (que la naturaleza toda viva). Son necesarios para el oxígeno que respiramos.
Jesús quiere que las personas vivan; que todas las personas vivan.
Nuestra propia vida es tiempo de oportunidades. Jesús nos da una oportunidad tras otra. Nos lo recuerdan personajes bíblicos con Pedro, Marcos, Pablo,… personas como tú y yo, que prestan atención, se dan cuenta, toman conciencia de que el amor y la paciencia de Dios sostienen nuestra vida.
La palabra de Jesús nos llama a una vida que en lugar, del machete ó el arma destructora, usa todos los medios, incluyendo la paciencia, para favorecer propia vida y la de los demás.
Y cuando las situaciones diabólicas claman al cielo, tengamos la certeza que Dios prestará atención, escuchará y se conmoverá para que también hoy toda la gente pueda alegrarse al ver las grandes cosas que él hace (Cf. v. 17).

Señor, te rogamos que intervengas y nos ayudes a ser instrumentos para transformar y sanar la situación entre nosotros como signo y señal de la presencia de tu Reino. Amen

Rodolfo Roberto Reinich,
Pastor en Buenos Aires.
E-Mail: reinich@ciudad.com.ar


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