Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para el 2º domingo de cuaresma, 7 marzo 2004
Texto según LET serie C: Lucas 13, 31-35
por Sergio Rosell, Madrid


(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor Jesucristo. Amén
En Lucas 9, 51 nos dice el evangelista que Jesús ‘afirmó su rostro para ir a Jerusalén', dando a entender que su visita a la ciudad del templo y del culto iba a ser receptora de su última acción, pues sabía que ‘había de ser recibido arriba' (Lc 9, 51a). El evangelista nos hace así saber que Jesús conocía cuál era su misión y que no iba a dejarse distraer incluso cuando sus propios discípulos no la entendían (9, 45) ni podían recibirlas (9, 46-48) por ser tan distintas a sus propias pretensiones de poder y reconocimiento.

En esta ocasión contemplamos a Jesús pasando por ciudades y aldeas, enseñando, pero siempre de camino al final de su misión (13, 22). ¡Qué tenacidad la suya, a pesar de conocer que los que le acompañan no son tal compañía! En esta ocasión vemos como uno fariseos, aparentemente amables con Jesús en esta ocasión, le aconsejan que se vaya de la región pues el rey Herodes quiere acabar con él. Sí, el poder político, representado por el tetrarca, señor de aquellos lares, quiere a este maestro y sanador fuera de su región, bajo pena de muerte. La respuesta de Jesús es, así entendida, de lo más sorprendente: « Id y decid a aquel zorro: "Echo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino mi obra" » (13, 32). Nadie va a interponerse entre Jesús y la misión que ha de llevar a cabo. Podría parecer que el verso 33 fuera una especie de excusa para que Jesús huya de aquel lugar, como si temiera el enfrentamiento con el rey, pero nada en el contexto del pasaje deja entrever esa posibilidad.

Jesús sabe de la astucia de Herodes, sabe que es un conspirador y un asesino. Herodes, por su parte, tiene curiosidad en conocer a semejante personaje (Lc 9, 9), pues al poderoso le atrae lo excéntrico, lo inusual y llamativo. Sin embargo, Jesús tiene muy clara cuál es su misión, ciertamente no la de entretener a uno que sin compasión arruina la región. Cuando Jesús se presenta delante de Herodes (23, 8-11), nos dice el evangelista que nada contesta a las insinuaciones y vano interés que el tetrarca tiene en él. Su misión no es de hacer de bufón de nadie, sino la de dar su vida en rescate por la humanidad, una humanidad menesterosa, hambrienta, sedienta y cansada de la explotación y el menosprecio.

Mientras el rey está disfrutando, en sus propios dominios de su «pasión por la tranquilidad», como nos relata Flavio Josefo ( Ant XVIII, 7, 2), Jesús está frente al pueblo, llevando la buena noticia de la sanidad, de la restauración física y espiritual del ser humano. ¡Qué contraste de visión de la realidad entre ambos!

La actitud de Jesús, lejos de ser determinista, de claudicación, demuestra entereza frente a la futura hostilidad que ha de encontrar en la ciudad centro religioso del judaísmo. Jesús no se adentra en el peligro como si se tratara de un intento desesperado de alcanzar lo inalcanzable, lo imposible, sino consciente de que ha de acabar allí su obra (13, 32).

Y ¿Cuál es su misión? La de reunir a Israel, un Israel que aún anda en el exilio, apartada de los caminos de Dios en su corazón. Por eso Jesús lleva a cabo su éxodo personal para liberar de una vez por todas a esta nación que dice conocer a Dios pero no reconoce a su enviado. He aquí, de nuevo, la misericordia y gracia de Dios, quien como gallina quiere reunir a sus polluelos bajo sus alas. Con esta imagen Jesús expresa una de las dimensiones más profundas de su misión: el cariño, el amor y la protección de Dios a todos sus contemporáneos. Jesús aparece así como heraldo de esta nueva etapa en el tiempo de la salvación de Dios. Jesús es consciente de la dificultad y rechazo que entraña su misión, pero se percibe indeleblemente unido a ella, fiel al pueblo que no es capaz de reconocer en su acción, el dedo liberador de Dios. Pero ni el rey ni el desánimo van dejar que el profeta cumpla su llamado. Más cerca de su destino, Jesús siente la agonía que se avecina, y es eso justamente lo que le afirma en su voluntad de ir a Jerusalén, cuya culpa es grave y dramática, pues le hace estar huérfana voluntariamente, fuera de la protección que Dios anuncia.

«No me veréis hasta… que digáis: ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor'» (13, 35). Esta referencia no sólo se cumple en los capítulo siguientes en su entrada en Jerusalén, aclamado por unos pocos que luego gritarán en su contra, sino que permanecen como palabra de ánimo y desafío para aquellos que aún, como Herodes, quieren conocer de las curiosidades y señales de Jesús, pero se niegan a conocerle a él y lo que representa su misión, alcanzando así la protección y salvación de Dios.

Quiera Dios que estas próximas semanas de cuaresma podamos entender más profundamente el significado de la misión de Jesús y podamos no sólo venir bajo sus alas para encontrar cobijo en ellas, sino que así también nos identifiquemos con él a favor de un mundo en tumulto, que busca la ‘tranquilidad' sin compromiso, la seguridad sin Dios, el servicio sin el sacrificio. Que Dios tenga misericordia de todos nosotros, que contemplamos en ocasiones a Jesús desde la distancia, en adoración, pero desde la segura distancia.

¡Bendito seas Señor, que vienes en nombre de Dios a traer paz y verdadera tranquilidad en medio de nuestras luchas!

Amén

Sergio Rosell, Madrid
sergio.rosell@centroseut.org


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