Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para el último domingo después de Epifanía
Texto según LET serie C: Lc 9: 28 - 36
por Sergio Schmidt, Temperley, Argentinia

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


La transfiguración de Jesús.

Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor Jesucristo. Amén

Apreciadas/os hermanas/os:

Hoy es el último domingo de Epifanía, el séptimo. El 6 de enero en que nos acordamos de la historia de los reyes magos, en nuestros almanaques que tenemos en la cocina aparecía la palabra Epifanía, que significa manifestación. Dios en Jesús se manifiesta a la humanidad. En los magos de oriente estaban simbolizados los pueblos que vivían en los confines del mundo. Es decir, hasta de los confines del mundo vienen para alabar a Dios en Jesucristo. Por eso, si en Navidad celebramos que Jesús, el bebito-Dios, está en medio nuestro, en Epifanía y sus siete domingos recordamos, celebramos y reflexionamos que este bebito-Dios se manifiesta a toda la humanidad. Jesús muestra su Gloria.

El próximo domingo será nuestro primer culto de cuaresma. Cuaresma es el tiempo de preparación para el centro de nuestra fe: la muerte vicaria de Jesús en la cruz y su resurrección. Antes de la alegría de la pascua está la cruz.

Podríamos decir que en este domingo, hoy, estamos entre la manifestación de la gloria y la cruz de Jesús. Y esto es justamente lo que nos plantea el texto de hoy, la transfiguración de Jesús.

Jesús sube a un monte con tres de sus discípulos: Santiago, Pedro y Juan. Mientras estaba orando, sus ropas se vuelven brillantes y aparecen nada menos que Moisés y Elías, dos grandes del Antiguo Testamento. El evangelista sitúa esta narración en el momento decisivo en que los discípulos reconocen a Jesús como el Mesías. ¿Por qué? La transfiguración es un adelanto de lo que será la resurrección de Jesús. Es por eso que la transfiguración de Jesús es una manifestación de su gloria. Jesús no necesita de la transfiguración. Son sus discípulos lo que la necesitan. Ellos deben aprender una dura lección: la glorificación de Jesús pasa por la cruz. Los discípulos no tienen que escandalizarse de la cruz. Esta experiencia maravillosa de estos tres discípulos les ayudará en su participación en el misterio de la cruz.

Lo mismo vale para nosotros. Parafraseando a Dietrich Bonhoeffer, él decía, que si es uno quien dice donde tiene que estar Dios, encontrará siempre a un Dios que de un modo u otro refleje a uno, que es complaciente y que forma parte de la naturaleza de uno. Pero si es Dios el que dice dónde él quiere ser encontrado, este será un lugar que, de ningún modo corresponde a nuestra naturaleza y que no agrade en modo alguno. Este lugar es la cruz de Jesús. No nos agrada, pero es el lugar en que Dios nos sale al encuentro. Es por ello que ahora, el que quiera encontrar a Dios, debe ponerse bajo esta cruz. Nuevamente: no nos gusta, nos es repulsivo, pero a la luz de esta cruz, todo el Antiguo Testamento halla su cumplimiento. Es por esto que Moisés y Elías están dialogando con Jesús sobre lo que le sucederá en la ciudad de Jerusalén.

Aún con la experiencia maravillosa de la transfiguración, les será difícil a estos discípulos no escandalizarse. Ahora que descubrieron que Jesús es el Cristo, deben asumir que el Mesías debe tomar el horrendo camino de la cruz, sufrir y morir. Jesús mismo les dice en la última cena que todos se escandalizarán de él.

Entre tanto Jesús comienza con su camino en la cruz. En Lucas 9:51 comienza Jesús su gran viaje a la ciudad de Jerusalén. Nada lo detiene, ni lo aparta, ni a derecha ni a izquierda; va predicando, enseñando, sanando. Va subiendo a Jerusalén para cumplir con su misión, sabiendo lo que le esperaba. Gran parte del EvLc está dedicado a este viaje. Pero Jesús no buscó la muerte por la muerte misma. Por muy salvífica que sea su muerte en la cruz, se puede malinterpretar las palabras de Jesús sobre “el deseo de beber cáliz de su pasión”. La misión de Jesús fue ser fiel a Dios, y lo fue hasta la muerte. Aceptó a la muerte y el sufrimiento como la coronación de una vida plena de fidelidad a Dios. Hablar así no es restarle valor salvífico a la muerte de Jesús en la cruz. Es situarla en un contexto más amplio: la vida ilumina a la muerte, y la muerte, a su vez corona la vida.

Recuerdo que cuando era niño, en la clase de escuela dominical me habían enseñado sobre la necesidad de que Jesús muriera en la cruz. En una lámina había una cruz muy grande. Arriba de la cruz una nube que simbolizaba a Dios. De la nube –Dios- salían rayos de ira que caían sobre la cruz. Me decían: “Dios descargó su ira por nuestros pecados sobre Jesús”. Esto es malinterpretar el mensaje del Evangelio. La función de Jesús es ser fiel hasta la muerte. En esta fidelidad de Jesús podemos ver la carencia de límites del amor de Dios. Y en esta carencia de límites de amor, podemos entender la cruz de Jesús: la vida que se entrega en esta muerte es una vida en Dios y, principalmente, de Dios. Por eso decimos que Dios es amor, aún y más aún, en la cruz de Jesús.

Dios muestra su amor en la cruz de Jesús. Esta es la brújula que orienta nuestra vida. La opción por la justicia y el amor que tuvo Jesús debe ser también la nuestra. Dios nos hizo de tal forma que tenemos siempre la sed por lo trascendente. El hombre es esencialmente religioso. Necesitamos de Dios. El amor de Dios es el último tapón de nuestra vida. Si no lo tenemos buscamos llenar el vacío con cosas transitorias como la fama, la facha, la ropa, el dinero, estupideces, que nunca pueden llenar nuestra vida. En ese sentido podemos ver las palabras de Jesús: “yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia”

Obviamente que el amor a Dios implica, sí y sólo sí, el amor a los demás. El amor a Dios que no me lleva a amar a los demás es una pobre y tímida caricatura. Lo mismo vale para la fe. Si el amor que digo profesar a Dios no me lleva a la vida comprometida en una comunidad de fe, no tengo más que idolatría. No somos como las ostras que viven en el fondo del mar, solitarias. Es por eso que el amor que muestra Dios en la cruz, nos mueve a amar a los demás. La calidad del amor y el respeto que decimos tener a Dios, se ve reflejado en la calidad y el respeto que les tenemos a los demás. Esto lo vemos en los diez mandamientos: son mandamientos de convivencia: amar es convivir y convivir es vivir. Si convivo bien vivo bien, si convivo mal vivo mal. En la vida somos nuestra convivencia.

Yo tengo la misma debilidad de todos los seres humanos: quiero ser feliz. Si hoy vería que el que vive matando, robando, el que vive siendo infiel a su mujer, el que vive no amando, etc, es mas feliz que yo; tal vez diría que cambio. ¡Pero no lo veo! Por eso si algo me ata hoy a Jesucristo y al amor que él propone desde su cruz es que encontré una manera de ser feliz acá y que no la cambio por esas filosofías que se venden al mejor y que no dan más felicidad que la que conozco. Además, como un regalo extra, Dios me regala la vida eterna.

Nosotros no tuvimos la suerte de ver la transfiguración de Jesús tal como lo pudieron ver Santiago, Pedro y Juan. Pero, al igual que ellos, puede que el mensaje de la cruz nos escandalice. La cruz de Jesús no nos habla meramente de la muerte, sino de la vida y de la calidad de vida. Como dice el dicho: “lo terrible para el hombre no es morir… Lo terrible para el hombre es llegar al final de su tiempo sin haber vivido.”

Que Dios nos ayude a amar como él lo hizo en la cruz. Amén.-

Sergio A. Schmidt, pastor
breschischmidt@ciudad.com.ar

 

 


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