Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para el 6 ° domingo después de Epifanía
15 de febrero de 2004
Texto según LET serie C: Lc 6: 17 - 26
por Sergio Schmidt, Temperley, Argentinia

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor Jesucristo. Amén

Apreciados Hermanas y hermanos:
Jesús acaba de elegir a sus doce discípulos. Al subir al monte, pasa toda la noche orando. Después de elegir a sus discípulos baja del cerro y con sus discípulos elegidos se encuentra con mucha gente. Algunos quieren escuchar a Jesús, otros necesitan que Él los sane. Lo que sí: todos quieren tocarle.

Vemos que Jesús no solamente habla a las personas, también actúa y los sana. Después de hablar y sanar mira a sus nuevos discípulos y les dice cuatro bienaventuranzas y cuatro maldiciones. Las bienaventuranzas tienen como correlato a los pobres. Las maldiciones a los ricos. ¿Cómo interpretar todo esto?

Una forma de buscar la punta de este ovillo, es percatarse que en este pasaje se debe interpretar el término “pobre” en función del Antiguo Testamento y toda su tradición. En primer lugar hubo una evolución: pobres son los necesitados, los carentes de bienes materiales, por eso son humillados y despreciados, luego esto también se aplicó al plano espiritual. Es decir, pobre son las personas religiosas, piadosos que, con motivo de su pobreza se han vuelto a Dios y pone en Dios su confianza última.

Hoy diría: Bienaventurados son las personas que no tienen falsas seguridades donde esconderse, bienaventurados son, porque están más cerca de poder contar con Dios. Hay una historia que me gusta mucho y que refleja muy bien todo esto:

Un cazador ateo estaba en la selva tratando de cazar algún animal para su gran colección. Cuando de repente le sale al encuentro un gran león. Del susto se le cae el arma y comienza a correr con todas sus fuerzas. Cada tanto mira para atrás y ve al león cada vez más cerca… Del propio susto no ve que se esta acercando peligrosamente a un precipicio. Y cuando trata de volver a ver al león, comienza a caer del precipicio. Tuvo la suerte que en la mitad de la caída pudo aferrarse a una raíz que sobresalía. Salvó su vida pero, la cima estaba demasiado alta y el piso muy lejos de sus pies. Comenzó a pensar que podía hacer cuando estucha sobre su cabeza un “crack” Era la rama dónde estaba aferrado ¡era una situación desesperante! ¿Qué hacer? ¿Y si pruebo orar? Tal vez Dios exista… Hace como puede una pequeña oración cuando escucha una voz muy potente como de trueno que le dice: “Todos son iguales. Oran a mí cuando están en dificultades, pero después, cuando los salvo, se olvidan de mí.” El cazador le dice: “¡No Señor, yo no seré así! Yo tengo mucha confianza en ti, si me salvas, contaré a todos como me has salvado y siempre serás el centro de mi vida”. Entonces Dios le dice: “Está bien. Creo en tus palabras. Te he de salvar, pero para que lo haga, tienes que confiar en mi y soltarte de la ramita en que estás aferrado”. El ateo le dice: “¡Ay no Señor yo no soy tan tonto!”.

Muchas veces nosotros somos así, “nuestras ramitas”, que no queremos dejar, nos impiden seguir decididamente a Jesucristo. Cada uno de nosotros sabe cual es esa ramita que Dios me pide que deje. Para Dios, para Jesús, no hay término medio: blanco o negro, o pongo mi vida en manos de Dios o no. O sos frío o sos caliente. O juntamos con Jesucristo o desparramos. Términos medio no. Esto es lo que los discípulos deben entender de Jesús cuando bajan del cerro y escuchan las bendiciones y maldiciones…

  • Bienaventurados son los que lloran, los que sufren, porque Dios está con ellos. No son bienaventurados los que tienen a su propia satisfacción como el centro sobre el cual gira su vida.
  • Bienaventurados los que ponen su confianza en Dios, porque tendrán parte en el Reino de Dios. Están lejos de ser bienaventurados los que ponen su confianza en sus riquezas, en sus posición, en su prestigio, porque se engañan a si mismos y viven en sus falsas seguridades. Pretendiendo acomodar el evangelio “según las circunstancias”.
  • Bienaventurados son los que sólo pueden contar con Dios por que esto los ayuda a poner a Dios como el centro de sus vidas. Dios no acepta el segundo lugar. No son bienaventurados los que se acuerdan de Dios solamente el domingo porque están demasiado ocupados en sus propias satisfacciones.
  • Bienaventurados son los que sufren por tratar de vivir el evangelio cada día. No pueden ser bienaventurados los que buscan la popularidad y que el evangelio los alabe, para no tener que cambiar.

Creo que es por todo esto que primero Jesús habla con la gente que tiene una necesidad muy sentida de escucharle. Sana a los enfermos. Jesús habla y actúa. Así deben ser sus doce discípulos. Las cuatro bienaventuranzas y las maldiciones son una forma de resumir la praxis de Jesús. Así también debemos ser nosotros. Esta es la misión de la Iglesia.

No es la misión de la Iglesia hacernos recordar de ir al culto. No es la misión de la Iglesia hacernos recordar que tenemos que colaborar con nuestros dones y capacidades y también económicamente con nuestra comunidad. En todo esto, realmente creo que la función del pastor/a es preguntarnos: ¿Cómo anda tu relación con Dios? Si nuestra relación con Dios es la correcta, no necesito que me recuerden de la hora del culto; no necesitaré que me pidan que colabore con la congregación y las obras diacónicas. No lo necesito porque, al ser Dios el centro de mi vida, todo sale solito, por añadidura.

Jesús no sólo habló, también actúo. La Iglesia no sólo es predicación y testimonio, también es diaconia. Dejemos que sea Jesucristo el cimiento de toda nuestra vida y vivamos resueltamente nuestra fe. Verdaderamente, vale la pena.

Sergio A. Schmidt, Pastor
breschischmidt@ciudad.com.ar

 


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