Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para el 4 domingo después de Epifanía
1 de febrero de 2004
Texto según LET serie C: Lc 4, 21-30
por Pedro Zamora

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


“Ningún profeta es acepto en su propia tierra”

Andar a la greña con nuestros paisanos .
El aserto “ningún profeta es acepto en su propia tierra” ha hecho fama, convirtiéndose en un dicho popular de nuestra cultura para expresar la incomprensión que muchos reciben en su propia tierra. Y según Lucas, parece que ya Jesús, al principio de su ministerio, se topó con la incomprensión de los suyos.

Lo cierto es que Jesús despliega cierta agresividad contra su propia tierra, ya que a partir del v. 23 responde a la admiración de sus oyentes con duras palabras basadas en el Antiguo Testamento: los antiguos profetas Elías y Eliseo prefirieron obrar milagros para los gentiles, antes que para los propios israelitas. De este modo, insinúa que no va a realizar ningún portento allí.

Es interesante que el planteamiento de Marcos (6, 1-6) es ligeramente distinto: Jesús no muestra mala voluntad para realizar milagros, pero el “escándalo” que su ministerio de palabra y obra provocó, parece haberle bloqueado (“no pudo hacer allí ningún milagro”, nos dice el v. 5, aunque apostilla que alguno sí hizo). Asimismo, Mateo (13, 53-58) considera que fue la incredulidad de sus paisanos la que impidió que obrara milagro alguno.

El caso es que Jesús y sus paisanos parecían no entenderse bien. Como si dijeramos, “andaban a la greña”. ¿Será que nos conocemos todos demasiado bien? ¿Será que ya no esperamos nada de aquellos a quienes ya conocemos? Si Jesús no obró milagros en su tierra, y sí lo hizo en el resto, ¿será que no es posible cambiar nuestra propia realidad?

Un precio desorbitado: el agotamiento de nuestra fe
Lo cierto es que este relato es algo pesimista, porque si así fueron las cosas para Jesús .... ¡Mejor es ser siempre extranjero! De hecho, los estudios socio-históricos bien podrían confirmar este pesimismo. Así, nos dicen los estudiosos de la historia de las iglesias protestantes, los grandes despertares espirituales (avivamientos) habidos dentro de las iglesias evangélicas, no han podido permanecer dentro de su propia matriz, sino que han tenido que crear nuevas iglesias o nuevas instituciones. Nuestra propia historia como iglesia evangélica da fe de ello: la Iglesia Católica del s.XVI excomulgó a quien podía haberle aportado una gran renovación interior. Y luego más tarde, nuestra propia historia de renovaciones podría reducirse –cierto, de modo algo simplista— a una historia de divisiones, o deserciones o expulsiones. Y sin ir más lejos, ¿no fue el propio Cristianismo un movimiento de renovación del Judaísmo? Y una vez más, oriundo de Judá, acabó convirtiéndose en un movimiento extranjero.

Parece que las iglesias no aceptan bien las críticas ansiosas de cambios. Supongo que en esto se parecen a cualquier cuerpo social que, de modo natural o intuitivo, ofrece resistencia al cambio. Es como si el deseo de supervivencia fuera superior a la ilusión de la renovación. Como dice el refrán, parece que también los grupos sociales, iglesias incluidas, prefieren al “loco conocido, que al sabio por conocer”.

Aunque podamos entender esta necesidad de protección, asegurando lo que ya tenemos, también hay que cobrar conciencia de que podríamos estar pagando un alto precio por tanta seguridad. Quizás desorbitado: ¡Jesús deja de obrar milagros en medio nuestro! Jesús deja de renovar nuestras vidas, y éstas pierden su ilusión. Como creyentes, quizás muchos llevamos tanto tiempo yendo, domingo tras domingo, a Sión, que ya no sentimos la emoción del peregrino esporádico del Salmo 84, que se maravilla por todo y ante cualquier detalle del lugar que pisa.

Muchos de nosotros llevamos tanto tiempo comprometidos en unos u otros cargos o responsabilidades, que más que ver la hermosura de Sión (de la Iglesia, de sus templos, de sus comunidades de fe, de sus actos litúrgicos de alabanza, de su testimonio de vida, etc.), vemos tan sólo lo que hay tras las bambalinas, lo que se cuece en la trastienda, los “tejes y manejes” del Sancta Sanctorum , o sea, el “politiqueo” eclesial. ¡Ya nos las sabemos todas! ¿Nos conocemos todos, aquí! ¿Quién va a enseñarme algo que yo no sepa?

Pero como decía, éste es un precio desorbitado: ¡el agotamiento de nuestra fe se palpa! Peor todavía: ¡Jesús mismo ya no espera nada de nosotros! Soy consciente de que tal afirmación es severísima. ¿Exagerada, quizás? No lo sé, porque el caso es que Lucas sí nos presenta a un Jesús que parece no esperar ya nada de los suyos: es él mismo quien les ataca con dureza, sin esperar siquiera a su reacción. Mejor dicho, a pesar incluso de su positiva reacción: “todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca” (v. 22).

Entonces, ¿qué?
Si hemos alcanzado este punto de rutina letal, en el que nos sentimos impotentes, incapaces de reaccionar; que además, sentimos que la alegría de una fe viva ya no está con nosotros, que se ha apoderado de nosotros el pesimismo o la desilusión respecto a nuestros vecinos, conciudadanos o hermanos en la fe, entonces es que ha llegado el momento de convertir en oración la siguiente poesía (cuyo vocablo “romero” podríamos sustituir por “extranjero”):

Ser en la vida
romero,
romero solo que cruza siempre
por los caminos nuevos;
ser en la vida
romero,
sin más oficio, sin otro nombre
y sin pueblo ....
ser en la vida
romero .... romero ... sólo romero.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo ...

pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán
los rezos,
ni como el cómico
viejo
digamos
los versos
.
La mano ociosa es quien tiene
más fino el tacto en los dedos,
decía Hamlet a Horacio,
viendo
cómo cavaba una fosa
y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
-No sabiendo
los oficios,
los haremos
con respeto-.
Para enterrar
a los muertos como debemos
cualquiera sirve, cualquiera ...
menos un sepulturero.
Un día, todos sabemos hacer justicia;
tan bien como el rey hebreo,
la hizo
Sancho el Escudero
y el villano
Pedro Crespo.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo....

pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero.

Sensibles
a todo viento
y bajo
todos los cielos,
poetas,
nunca cantemos
la vida
de un mismo pueblo
ni la flor
de un solo huerto...
Que sean todos
los pueblos
y todos
los huertos nuestros.
(León Felipe, Obra Poética Escogida ,
Espasa-Calpe, Madrid, 1975, págs. 87-90)

El cuarto domingo de epifanía nos llama a no conformarnos a lo nuestro, a no dejar de esperar algo de los demás, y a no sentirnos como parte de un cuerpo o un grupo, o de una iglesia, cuyo camino es ya inamovible.
Este domingo nos llama a alzar nuestra voz en oración suplicando: “
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo, ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos, para que nunca recemos como el sacristán los rezos, ni como el cómico viejo digamos los versos” y para que “Que no hagan callo las cosas, ni en el alma ni en el cuerpo ....” Amén .

Pedro Zamora, El Escorial (Madrid)
pedro.zamora@centroseut.org

 

 


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